"Y ahora, ¿quién puede dudar que los hijos de los reyes y de los jefes de los Estados pueden nacer con disposiciones naturales para la filosofía? [...] Y podrá decirse que, aun cuando nazcan con semejantes disposiciones, es una necesidad inevitable el que se perviertan. Convinimos en que es difícil que se salven de la corrupción general, pero que en todo el curso de los tiempos no se salve ni uno solo, no hay nadie que se atreva a decirlo. [...] Por lo tanto, basta que se salve uno, y que encuentre sus súbditos dispuestos a obedecerle, para ejecutar lo que se tiene por imposible. [...] ¿Y es una cosa chocante que el proyecto que hemos concebido nosotros, lo conciba un día el pensamiento de otro?"- Libro VI, la República o el Estado.
"La República" o "El Estado" (Leer aquí) es un diálogo escrito por Aristocles aproximadamente en el 380 a.C. Ciertamente es un libro extraordinario, absolutamente imprescindible para cualquier persona que se haya embarcado en este largo viaje hacia el conocimiento y la sabiduría. Es una obra de tal calidad la escrita por el hijo de Aristón, que uno, tras acabar de leerla, si abandonara por un momento la razón, no podría sentir más que tristeza al verse obligado a escuchar las conversaciones cotidianas de la gente común.
Existe una estrecha relación entre "La República" de Aristocles y "Un Mundo Feliz" de Aldous Huxley. Si hay una conexión directa entre ambos autores -a través de las religiones mistéricas- o simplemente se trata de una línea de pensamiento no entraremos a valorarlo por ahora. Pero en todo caso, es evidente la enorme influencia que ha ejercido su obra sobre los miembros de la sociedad fabiana, como H.G.Wells o Bertrand Russell. Tal es así, que podemos considerar perfectamente "La República" como la base de la que partió el proyecto elitista dirigido actualmente por Pyramid Transnational para la conformación de un Estado Mundial.
Aristocles, comúnmente conocido como Platón -el de anchas espaldas-, nació en Atenas entre el 428 y el 423 a.C y vivió cerca de ochenta años. Fue un contemporáneo de Buda Gautama, o al menos nació pocos años después de que El Iluminado falleciera por una intoxicación alimentaria. Como Siddharta, príncipe de Shakia, se percató de la existencia de la parte irracional del hombre y de sus peligros, y de la importancia vital de subordinarla a la razón. Del mismo modo, entendió que debía llegar a lo más alto y alcanzar el mundo donde nada nace ni perece, y así, de esta forma, conseguir escapar del ciclo eterno de la vida; tal como lo diría Sakiamuni, el Samsara. Si Buda describió las bases científicas en las que se sustenta la propaganda, y entendió que eran la llave para alcanzar el Nirvana, Platón hizo lo mismo, y comprendió que eran un factor indispensable para arribar al mundo de las ideas. Y no solo llegó a comprender dichas bases, sino que además aprendió a darles utilidad, seguramente sin ser plenamente consciente de ello, con el fin de lograr la realización del colosal proyecto que concibió en su mente: el Estado perfecto. Aristocles fue a Siddharta lo que Bernays fue a Freud, pero con más de dos milenios de anterioridad.
Aristocles era descendiente de los primeros reyes de Atenas y familiar del mismo Solón. Nació durante el siglo de oro, una época de esplendor para la polis griega, justo tras la muerte de Pericles -amigo del segundo esposo de la madre de Platón-. Ya en aquellos tiempos las masas vivían inmersas en un delirio. Era la época de los primeros sistemas democráticos, de los primeros sistemas de enmascaramiento del poder. Íntimamente ligados a la democracia han ido siempre los sistemas de control de la población; si bien por aquel entonces los métodos de manipulación eran mucho más rudimentarios que los actuales, ya estaban siendo ampliamente utilizados; ¿Cómo podría haber democracia sino, sin sofistas que incendiaran a la multitud en las plazas y en los teatros mediante su oratoria y sus discursos?
"Cuando en las asambleas públicas, en el foro, en el teatro, en el campo, o en cualquier otro sitio donde la multitud se reúne, aprueban o desaprueban ciertas palabras y ciertas acciones con gran estruendo, grandes gritos y palmadas, redoblados por los ecos y las bóvedas. ¿Qué efecto producirán tales escenas en el corazón de un joven? Por excelente que sea la educación que haya recibido en particular, ¿no tiene que naufragar por precisión en medio de estas oleadas de alabanzas y de críticas? ¿Podrá resistir la corriente que le arrastra? ¿No conformará sus juicios con los de la multitud sobre lo que es bueno y vergonzoso? ¿No hará estudio en imitarla? [...]
[Sobre los sofistas. Nota del autor]: ¿Y no es ésta, punto por punto, la imagen de los que hacen consistir la sabiduría en conocer lo que desea la multitud reunida, lo que la lisonjea, sea en pintura, sea en música, sea en política?" - Libro VI, La República o el Estado.
¿Sin las divertidas fiestas de Baco, la música y el vino, y las magníficas fábulas? ¿Y qué hay de los pintores, de los poetas como Hesíodo y Homero, y de sus obras tan sublimes, como lo son la Odisea y la Ilíada?
"Por otra parte, es evidente que el genio del poeta imitador no le llama en manera alguna a representar esta parte del alma, y que, en su afán de agradar a la multitud, procura separarse de este camino, y más bien se inclina a expresar los caracteres apasionados, cuya variedad hace que sea más fácil el representarlos. [...] Luego tenemos justos motivos para condenarle y ponerle en la misma clase que el pintor. Tiene de común con él el componer sólo obras sin valor, si se las coteja con la verdad; y también se le parece en que trabaja con el fin de agradar a la parte débil del alma, y no a lo mejor que hay en ella; y, por lo tanto, tenemos fundados motivos para rehusarle la entrada en un Estado, que debe ser gobernado por leyes sabias, puesto que remueve y despierta la parte mala del alma, y al fortificarla destruye el imperio de la razón. Y podemos asegurar que lo que sucedería en un Estado, en que los malos llegasen a ser los más fuertes, revistiéndose de toda autoridad y haciendo perecer a todos los buenos ciudadanos, es la imagen del desorden que el poeta imitador introduce en el gobierno interior de cada hombre, por la excesiva complacencia que tiene para con esta parte insensata de nuestra alma, que no sabe distinguir lo que es más grande de lo que es más pequeño; que sobre un mismo objeto se forma ideas tan pronto demasiado grandes como demasiado pequeñas; que produce fantasmas, y que permanece siempre a una distancia infinita de la verdad. [...] Aún no hemos dicho nada del mayor mal que causa la poesía. ¿No es, en efecto, una cosa bien triste ver que es capaz de corromper el espíritu de las personas discretas, a excepción de muy pocas? [...] Escucha y luego juzga. Sabes que todos, indistintamente, hasta los más razonables, cuando oímos recitar pasajes de Homero o de cualquier otro poeta trágico, en que se representa a un héroe angustiado, deplorando su suerte en un largo discurso, prorrumpiendo gritos y dándose golpes en el pecho, sabes, repito, que en aquel acto percibimos un vivo y secreto placer, del que nos dejamos llevar insensiblemente, uniéndose a la compasión que inspira el héroe, la admiración por el talento del poeta que tan bien ha sabido conmovernos. [...] Pero, ¿tiene sentido, no digo el ver sin indignación, sino el aprobar con entusiasmo en otro una situación de que nos ruborizaríamos si nos viésemos en ella, y que condenaríamos en nosotros como una indigna debilidad? [...] Si consideramos que esta parte de nuestra alma, contra la que nos mantenemos firmes en nuestras propias desgracias, que está sediente de lágrimas y lamentaciones de que querría saciarse, y que busca por naturaleza, es la misma a que los poetas adulan y a la que hacen estudio en complacer; y que, en tales ocasiones, otra parte de nosotros mismos, que es la mejor, no estando aún bastante fortificada por la razón y por el hábito, afloja la rienda a la otra parte llorona, excusándose con que no es más que simple espectadora de las desgracias de otro, y que no es vergonzoso para ella dar señales de aprobación y de compasión, al ver las lágrimas que otro, que se dice hombre de bien, derrama indebidamente; de suerte que tiene por un bien el placer que disfruta en aquel momento, y no consentiría verse privado de él, como se vería si condenara absolutamente esta clase de poemas. Esto procede de que son pocos los que fijan su reflexión en que los sentimientos de otro se hacen infaliblemente nuestros, y que, después de haberse mantenido y fortificado nuestra sensibilidad mediante la vista de los males ajenos, es difícil moderarla en los propios. [...] ¿No diremos otro tanto cuando se trata del ridículo? Por aversión que tengas al tipo del bufón si manifiestas un placer excesivo en oír sus bufonadas, sea en el teatro, sea en conversaciones particulares, te sucederá lo mismo que en las emociones patéticas, es decir, que concluyes por hacer lo que apruebas en los demás. Porque entonces das rienda suelta al deseo de hacer reír que la razón reprimía antes en ti por temor de pasar por bufón; y después de haber alimentado ese deseo en la comedia, no tardarás en dejar escapar en tus relaciones con los demás, hasta sin pensar en ello, dichos que sólo pueden convenir a un farsante de profesión. [...] La poesía imitativa produce en nosotros el mismo efecto con respecto al amor, la cólera y a todas las pasiones del alma que tienen por objeto el placer y el dolor, y que nos sitian constantemente y las alimenta. La poesía imitativa nos hace viciosos y desgraciados a causa de la fuerza que da a estas pasiones sobre nuestra alma, en vez de mantenerse a raya y en completa dependencia, para asegurar nuestra virtud y nuestra felicidad." - Libro X, La República o el Estado.
Seguramente fue porque vivió en sus propias carnes los efectos de la democracia directa, y la vio caer ante el régimen de los Treinta Tiranos -algunos de ellos eran familiares suyos-, que entendió la inviabilidad de dicho sistema. Al menos, tomado como idílico. Y no solo vio la inviabilidad de la democracia; también la de la timocracia lacedemonia, la de la oligarquía y especialmente la de la tiranía. Fue a partir de aquí que comenzó a diseñar lo que debía ser un Estado ideal que consiguiera acabar con todas las problemáticas asociadas a los demás.
Habiendo ya divisado las partes que conforman el alma - la razón, el apetito sensitivo y la cólera-, y habiéndose percatado de la superioridad de la razón sobre las otras dos, no le costó visualizar el camino a seguir: el camino de la virtud y de la comprensión, el camino de la sabiduría y el conocimiento, el camino de la razón y la ciencia, el viaje de búsqueda de la verdad y de lo inmutable; de lo que es en sí y no de lo que es. Así pues, no podía confeccionar su Estado ideal de otra forma que no fuera una puramente racional, es decir, científica. Por lo tanto, encontramos en Platón la primera referencia a lo que es una sociedad científica o artificial, como la descrita por Bertrand Russell en "La Perspectiva Científica", en la que todos los aspectos de la sociedad han sido concienzudamente diseñados y planeados.
"¡Cómo! ¿No te haces cargo de lo ridículos que son todos estos sistemas que no están fundados en ningún principio cierto? Los mejores de ellos, ¿no son completamente oscuros? Y los hombres que por casualidad encuentran la verdad, pero sin poder dar razón de ella, ¿no se parecen a los ciegos que siguen el camino recto?" - Libro VI, La República o El Estado.
Todo el proyecto desarrollado por Aristocles comienza entorno a la discusión, puesta en boca de Sócrates, con el sofista Trasímaco y los dos hermanos de Platón, Glaucón y Adimanto, sobre el concepto de justicia. ¿Qué es la justicia? ¿Es mejor la justicia que la injusticia? Quién es más dichoso, ¿un hombre justo o uno injusto? Para resolver tales preguntas Sócrates se ve obligado a examinar el término de justicia en el seno de un Estado ideal, pues si es ideal ha de ser justo necesariamente, para luego, una vez resueltas las cuestiones, extrapolar las conclusiones a un individuo aislado. Dicho esto, deben embarcarse primero en la confección de lo que sería el Estado perfecto, la República, para poder hallar con más facilidad lo que es la justicia.
Lo que da origen a la formación de una sociedad son las necesidades de los hombres que se reúnen y se auxilian unos a los otros para poder tenerlas cubiertas. Hace falta que cada hombre se limite a un trabajo en concreto sin entrometerse en la tarea de los demás para que las cosas marchen correctamente; debe haber labradores, tejedores y arquitectos para que haya alimento, vestimentas y hogares. Para que cada uno de ellos pueda cumplir su función, además, hacen falta personas que se dediquen a producir las herramientas y el material necesario para que los primeros puedan desempeñar lo mejor posible sus oficios; hacen falta herreros, carpinteros, pastores, obreros... A estos se le añadirán los comerciantes encargados de la importación y la exportación, así como un número mayor de obreros y labradores destinados a crear el excedente necesario para poder exportar. Harán falta también un mercado y una moneda que permitan la interacción entre los miembros de la sociedad, mercaderes que regulen la oferta y la demanda y mercenarios que provean a la sociedad de su fuerza... De esta forma se va confeccionando un Estado de proporciones considerables.
Una vez las necesidades básicas estén cubiertas, se incorporarán todos aquellos oficios cuyo objetivo sea el de proveer comodidad y confort a los ciudadanos, permitiéndoles la vida agradable y gozosa propia de un Estado pleno y rebosante: mesas, camas, alimentos de todo tipo, metales preciosos, música y arte... Serán ciudadanos felices y moderados, con pocos hijos para mantener un buen nivel de vida. Un Estado de tal magnitud requiere de grandes terrenos y vastos recursos, por lo que serán inevitables las guerras con Estados vecinos por el control de las tierras. Es indispensable por lo tanto un ejército capaz de hacerse con ellas y de defender la integridad del territorio. Dicho ejército, encargado de repeler las amenazas y de llevar a cabo la expansión del Estado, estará constituido por los guardianes.
Debido a la importancia del oficio de los guardianes, estos deben disponer de las cualidades más adecuadas, que les hagan merecedores de ser considerados como tales. Al igual que un perro, deben ser feroces con sus enemigos, pero afables y apacibles con sus conciudadanos y amigos para evitar que actúen en su contra y se conviertan en tiranos. Han de ser fuertes y valientes, y además disponer del afán de adquirir conocimientos, es decir, de un carácter filosófico. Dichas características solo podrán alcanzarlas mediante el uso de la propaganda, o tal y como lo expresa Platón, una educación bien planeada, destinada a transformar a los niños más predispuestos en adultos capaces de mantener la estabilidad y la concordia en el Estado.
"Todo lo que nosotros les ordenamos aquí no es tan importante como pudiera imaginarse, no es nada. Interesa solamente salvar un punto, el único importante, o más bien, el único. [...] La educación de la juventud y de la infancia." - Libro IV, La República o el Estado.
Tanto el carácter como el comportamiento de los ciudadanos estará regido igualmente por la educación que reciban, que sin duda alguna deberá ser estricta y rigurosa:
"Por consiguiente, ésa será una razón más para someter muy en tiempo los juegos de los niños a la más severa disciplina, porque por poco que ésta llegue a relajarse y que nuestros niños se extravíen en este punto, es imposible que en la edad madura sean virtuosos y sumisos a las leyes. [...] Estar callado delante de los ancianos, levantarse cuando éstos se presentan, cederles siempre el puesto de honor, respetar a los padres, conservar el modo de vestir, de cortarse el pelo y de calzarse, todo lo relativo al cuidado del cuerpo y otras mil cosas semejantes. Todo esto, ¿no lo encontrarán por sí mismos? [...] Sería una locura hacer leyes sobre tales objetos. [...] Parece, mi querido Adimanto, que todas estas prácticas son un resultado natural de la educación, porque lo semejante, ¿no atrae siempre a su semejante?" - Libro IV, La República o El Estado.
La formación de los guardianes estará basada en la gimnasia y la música. Indirectamente, la gimnasia para entrenar el cuerpo y la música para entrenar la mente; directamente, ambos para formar el alma.
"Los dioses han hecho a los hombres el presente de la música y la gimnasia, no con objeto de cultivar el alma y el cuerpo (porque si este último saca alguna ventaja, es solo indirectamente); sino para cultivar el alma sola, y perfeccionar en ella la sabiduría y el valor, concertándolos, ya dándoles expansión, ya conteniéndolos dentro de justos límites." - Libro III, La República o El Estado.
Tanto una como la otra constituirán las bases de la propaganda de la República, y deberán ser siempre vigiladas con especial atención para que no se vea en peligro el orden de las cosas.
"Por lo tanto, para decirlo todo en dos palabras, los que hayan de estar a la cabeza de nuestro Estado vigilarán especialmente para que la educación se mantenga pura; y sobre todo, para que no se haga ninguna innovación ni en la gimnasia ni en la música; y si algún poeta dice:
Los cantos más nuevos son los que más agradan - Odisea, V, v.851.
no se crea que el poeta se refiere a canciones nuevas, sino a una manera nueva de cantar, y por lo mismo no deben aprobar semejantes innovaciones. No debe alabarse ni introducirse alteración ninguna de esta especie. En materia de música han de estar muy prevenidos para no admitir nada, porque corren el riesgo de perderlo todo, o como dice Damón, y yo soy en esto de su dictamen, no se puede tocar a las reglas de la música sin conmover las leyes fundamentales del gobierno. [...] Nuestros magistrados harán de la música, según mi parecer, la ciudadela del Estado." - Libro IV, La República o el Estado.
Una parte de la música son los discursos, y una clase de discursos son las fábulas. La educación de los niños por lo tanto se iniciará a partir de las fábulas, y será imprescindible por ende tener controlados a los autores de éstas para que escriban únicamente aquello que conviene al Estado.
"!Qué! ¿No sabes que lo primero que se hace con los niños es contarles fábulas, y que aun cuando se encuentre en ellas a veces algo de verdadero, no son ordinariamente más que un tejido de mentiras? Con ellas se entretiene a los niños hasta que se les envía al gimnasio. [...] Comencemos pues, ante todo por vigilar a los forjadores de fábulas. Escojamos las convenientes y desechemos las demás. En seguida comprometeremos a las nodrizas y las madres a que entretengan a sus niños con las que escojan, y formen a así sus almas con más cuidado aún que el que ponen para formar sus cuerpos. En cuanto a las fábulas que les cuentan hoy, deben desecharse en su mayor parte." - Libro II, La República o el Estado.
Las fábulas de Hesíodo y Homero deben ser desechadas porque no muestran a los héroes y los dioses tal y como deben ser. Los héroes y los dioses son los ídolos de las masas y actúan como modelos a seguir. Así pues, éstos deben representar todo aquello que se quiera inculcar en los ciudadanos; deben ser inmutables, perfectos, bellos, justos y buenos, dueños de sí mismos. No hay debilidades en los dioses, ni lágrimas ni lamentaciones, pues no debe haberlas en los guardianes. Los dioses no son corrompibles ni codiciosos, no son causa de mal alguno, dicen siempre la verdad - Segunda ley de la República - y deben llevarse bien unos con otros; jamás habrán de ser narradas historias que muestren disensiones y discordia entre ellos o bajeza de espíritu. Si los dioses no pueden estar cohesionados, mucho menos lo podrán estar los miembros del Estado y, más importante aún, sus guardianes.
"Que jamás se oiga decir entre nosotros que Juno fue aherrojada por su hijo y Vulcano precipitado del cielo por su padre, por haber querido socorrer a su mujer cuando éste la maltrataba, ni contar todos estos combates de los dioses inventados por Homero, haya o no alegorías ocultas en el fondo de estos relatos, porque un niño no es capaz de discernir lo que es alegórico de lo que no lo es, y todo lo que se imprime en el espíritu en esta edad deja rastros que el tiempo no puede borrar. Por esto es importantísimo que los primeros discursos que oiga sean a propósito para conducirle a la virtud. [...] Y si alguno hace una tragedia sobre las desgracias de Niobe, de los Pelópidas o de Troya, no le dejaremos decir que estas desgracias no son obra de Dios, sino, como antes dijimos, que si Dios es el autor, no ha hecho nada que no sea justo y bueno, y este castigo se ha convertido en provecho de los mismos que lo han recibido. Lo que no debe permitirse decir a ningún poeta es que aquellos a quienes Dios castiga son desgraciados; digan en buena hora que los malos son dignos de compasión por la necesidad que han tenido del castigo, y que las penas que Dios envía son un bien para ellos. Y cuando alguien diga delante de nosotros que Dios, que es bueno, ha causado mal a alguno, nos opondremos con todas nuestras fuerzas, si queremos que nuestra república esté bien gobernada: y no permitiremos ni a los viejos ni a los jóvenes decir ni escuchar semejantes discursos, estén en verso o en prosa, porque son injuriosos a Dios, perjudiciales al Estado y se destruyen por sí mismos. Por lo tanto, nuestra primera ley y nuestra regla tocante a los dioses será obligar a nuestros ciudadanos a reconocer, lo mismo cuando hablen que cuando escriban, que Dios no es el autor de todas las cosas, sino solo de las buenas. [...] Siempre que alguno hable de los dioses de esta manera le rechazaremos con indignación. No consentiremos tampoco tales discursos en bocas de los maestros encargados de la educación de los jóvenes a quienes queremos inspirar el respeto a los dioses, hasta hacerlos semejantes a ellos en cuanto lo consiente la debilidad humana." - Libro II, La República o el Estado.
Tampoco habrá horrores en los infiernos, ni personajes que inspiren terror y miedo a la muerte. Si los hubiera, los guardianes no podrían estar dispuestos a dar su vida por el Estado. Los guardianes, como los sabios, no pueden tener temor a perecer.
Será necesaria la templanza, una sumisión voluntaria de los súbditos hacia los que mandan y un control de la razón sobre los deseos y la parte irracional del alma, que se verá reflejada en la música y los escritos.
Tales escritos nunca deberán ser imitativos, es decir, los autores no han de hablar en nombre de otros ni de sus funciones sociales como si estuvieran dedicados a ellas. Los guardianes no deben ser imitadores, deben limitarse a la tarea de proteger el Estado, así que los discursos que lean o escuchen tampoco han de serlo. Si los guardianes fueran imitadores, podrían imitar todo lo que no es deseable que haga un guardián, hasta el punto de llegar a convertirse en la persona a la que están imitando y dejar de ser guardianes. Si se imita, que sea en todo caso a aquellos que hacen bien a su objetivo social. Los escritos serán entonces narraciones simples, y no han de existir ni la tragedia, ni la comedia ni la epopeya.
Lo mismo será aplicado, tanto en materia como en forma, al canto y la melodía. El contenido de las canciones dirigidas a los guardianes se regirá por las normas dictaminadas anteriormente, y será el determinante de la armonía y el número que se escojan. Las armonías predilectas son la frigia y la dórica, una para hacer fuerte y valiente el alma del guerrero, otra más tranquila para aludir a la moderación y la sabiduría. Respecto a los instrumentos utilizados, no deben tener un gran número de cuerdas ni una gran variedad de tonos, solo aquellos que son de interés para la formación del guerrero; la lira y el laúd para la ciudad, el caramillo para el campo.
"Nos interesa, por el contrario, buscar artistas hábiles, capaces de seguir la huella de la naturaleza de lo bello y de lo gracioso, a fin de que nuestros jóvenes, educados en medio de sus obras como en una atmósfera pura y sana, reciban sin cesar saludables impresiones por los ojos y por los oídos, y que desde la infancia se vean insensiblemente conducidos a imitar y amar lo bello, y a establecer entre éste y ellos mismos un perfecto acuerdo. [...] ¿No es por esta misma razón mi querido Glaucón, la música la parte principal de la educación, porque insinuándose desde muy temprano en el alma, el número y la armonía se apoderan de ella, y consiguen que la gracia y lo bello entren como un resultado necesario en ella, siempre que se dé esta parte de educación como conviene darla, puesto que sucede todo lo contrario cuando se la desatiende? Y también porque, educado un joven cual conviene, en la música, advertirá con la mayor exactitud lo que haya de imperfecto y de defectuoso en las obras de la naturaleza y del arte, y experimentará a su vista una impresión justa y penosa; alabará por la misma razón con entusiasmo la belleza y se formará por este medio en la virtud; mientras que en el caso opuesto mirará con desprecio y con una aversión natural lo que encuentre de vicioso; y como esto sucederá desde la edad más tierna, antes de que le ilumine la luz de la razón, apenas haya ésta aparecido, invadirá su alma, y él se unirá con ella mediante la relación secreta que la música habrá creado de antemano entre la razón y él. He aquí, a mi parecer, las ventajas que se buscan al educar a los niños en la música." - Libro III, La República o El Estado.
Respecto a la gimnasia, los guardianes se consagrarán a ella desde la infancia hasta el final de sus días. Como es lógico no podrán embriagarse. El entrenamiento al que deberán someterse debe ir orientado a hacerles duros y resistentes, pues deben vigilar durante todo el día. La dieta debe ser como la música, sencilla y sin gran variedad. Estando en disposición de la fuerza y pudiéndose convertir en tiranos, es conveniente que no tengan propiedades ni pertenencias y que la comida les sea dada por sus conciudadanos en recompensa por sus servicios. No tendrán casa y vivirán todos juntos a modo de comuna. Tampoco aceptarán ni desearán el oro y la plata terrestres, pues ya llevan oro y plata divinos en sus cuerpos que deben conservar bien puros. No tendrán bienes y sus intereses serán comunes, por lo que no habrá entre ellos disensiones. Los guerreros más bravos y predispuestos serán colmados de honores y ascendidos, mientras que los cobardes e indignos serán relegados a la clase de asalariados (labradores o artesanos) y dejados morir en manos de sus enemigos. Los muertos en batalla o los muertos por enfermedad o vejez más virtuosos serán considerados como héroes y pasarán a formar parte de la clase más alta, la raza de oro.
La visión de Sócrates (Aristocles) sobre el papel en la sociedad de las mujeres y los niños puede parecer bastante normal en un mundo globalizado, pero no lo era ni mucho menos entonces; en la República poco importa el sexo de la persona, puesto que lo que determinará el rol que juegue ésta en el Estado serán sus cualidades para el oficio al que esté más predispuesta. Así, mientras una mujer demuestre aptitud para con una tarea, aunque ésta se encuentre tradicionalmente vinculada a los hombres, no habrá razón por la cual denegarle el trabajo. Por lo tanto, en la República habrá tanto hombres guerreros como mujeres guerreras, si bien se tendrán en cuenta cómo influyen en cada caso las diferencias físicas entre machos y hembras. Del mismo modo habrá mujeres magistradas y mujeres dedicadas a la música, y en consecuencia, la educación y el trato que reciban serán los mismos que los hombres.
"Por consiguiente, si pedimos a las mujeres los mismos servicios que a los hombres, es preciso darles la misma educación. [...] Será preciso, por lo tanto, hacer que las mujeres se consagren al estudio de estas dos artes [la gimnasia y la música. Nota del autor], formarlas para la guerra, y tratarlas en todo como a los hombres. [...] Pero si se pusiera en práctica, parecería quizá una cosa ridícula, porque es opuesta a la costumbre. [...] Ya ves, mi querido amigo, que en un Estado no hay propiamente profesión que esté afecta al hombre o a la mujer por razón de su sexo, sino que, habiendo dotado la naturaleza de las mismas facultades a los dos sexos, todos los oficios pertenecen en común a ambos, sólo que en todos ellos la mujer es inferior al hombre. [...] Por lo tanto hay mujeres a propósito para vigilar y guardar el Estado, y otras que no lo son; porque, ¿no son la filosofía y el valor las dos cualidades que demandamos en nuestros guerreros? [...] La naturaleza de la mujer es tan propia para la guarda del Estado como la del hombre, y no hay más diferencia que la del más o el menos. [...] Éstas son las mujeres que nuestros guerreros deben escoger por compañeras y con las que deben compartir el cuidado de vigilar el Estado, porque son capaces de ello, y han recibido de la naturaleza las mismas disposiciones. [...] La ley que nosotros establezcamos, si es conforme a la naturaleza, no es ni una quimera, ni un vano deseo. Lo que verdaderamente choca con la naturaleza es el uso opuesto que se sigue hoy. [...] En cuanto al que se burle a la vista de las mujeres desnudas que ejercitan su cuerpo para un fin bueno, recoge fuera de sazón los frutos de su sabiduría; no sabe ni lo que hace, ni por lo que se ríe; porque hay y habrá siempre sazón para decir que lo útil es bello, y que sólo es feo lo que es dañoso." - Libro V, La República o El Estado.
Entre hombres y mujeres guerreras no se formarán unidades familiares. Serán todos para todos, independientemente del sexo. Las mujeres y los hijos serán comunes. Ni los hijos conocerán a sus padres, ni los padres a sus hijos. Conformarán una gran familia, unida y bien avenida. Solo será legítimo para las mujeres tener hijos entre los veinte y los cuarenta años, y para los hombres desde el fin de la adolescencia hasta los cincuenta y cinco; todo aquel que incumpla esta norma será considerado culpable de injusticia y sacrilegio.
No todos podrán tener hijos, pues la especie correría el riesgo de degenerar si procrearan más los más inferiores y defectuosos. Tampoco podrá haber hijos fruto del incensto, y puesto que ni los padres sabrán quiénes son su hijos, ni los hijos quiénes son sus padres, se considerarán como hermanos a todos los niños nacidos en un mismo período, como nietos a los hijos de éstos y como padres a todos los que procrearon entre siete y diez meses antes de la nueva hornada. En definitiva, es necesaria la aplicación por parte de los magistrados de medidas eugenésicas que permitan la excelencia de la raza humana:
"Es preciso, según nuestros principios, que las relaciones de los individuos más sobresalientes de uno y otro sexo sean muy frecuentes, y las de los individuos inferiores muy raras; además, es preciso criar los hijos de los primeros y no los de los segundos, si se quiere que el rebaño no degenere. Por otra parte, todas estas medidas deben ser conocidas sólo de los magistrados, porque de otra manera sería exponer el rebaño a muchas discordias." - Libro V, La República o El Estado.
Como un buen propagandista, Sócrates detesta la mentira, pero la cree necesaria cuando es de utilidad para el Estado. Será por lo tanto necesaria la divulgación de ciertas mentiras que permitan el buen funcionamiento de la República.
"La mentira, hablando con propiedad, es la ignorancia que afecta el alma del que es engañado; porque la mentira en las palabras no es más que una expresión del sentimiento que el alma experimenta; no es una mentira pura, sino un fantasma hijo del error. ¿No es cierto? [...] Pero ¿no hay circunstancias en que la mentira de palabra pierde lo que tiene de odioso, porque se hace útil? ¿No tiene su utilidad cuando, por ejemplo, se sirve uno de ella para engañar a su enemigo, y lo mismo a su amigo, a quien el furor y la demencia arrastran a cometer una acción mala en sí? ¿No es en este caso la mentira un remedio que se emplea para separarle de su designio? Y aun en la poesía, la ignorancia en que estamos en punto a los hechos antiguos, ¿no nos autoriza para acudir a la mentira que hacemos útil, dándole el colorido que la aproxime a la verdad?" - Libro II, La República o el Estado.
El uso de la mentira conlleva responsabilidad, por lo que debe estar en manos de aquellos que saben utilizarla adecuadamente para el bien común. La mentira entonces es herramienta exclusiva de la clase gobernante, los magistrados, y de ningún otro. Cualquier persona que no pertenezca a la clase de los magistrados tiene prohibido mentir, y será castigada si lo hace y es descubierta. Todo lo dicho implica la existencia de un monopolio sobre la información y el control sobre los medios de comunicación, como el que hay hoy en día, ejercido por los magistrados.
Una de estas mentiras que son de gran utilidad para el Estado tendrá por objetivo enmascarar la eugenesia y el control demográfico en la República, con tal de no crear malestar e inestabilidad entre la población.
"A lo siguiente: me parece que nuestros magistrados se verán obligados muchas veces a acudir a engaños y mentiras, consultando el bien de los ciudadanos, y hemos dicho en alguna parte que la mentira es útil cuando nos servimos de ella como remedio. [...] Habrá, pues, que instituir fiestas, donde reuniremos a los esposos futuros. Estas fiestas irán acompañadas de los convenientes himnos y sacrificios. Dejaremos a los magistrados el cuidado de arreglar el número de matrimonios, a fin de que haya siempre el mismo número de ciudadanos, reemplazando las bajas que produzcan la guerra, las enfermedades y los demás accidentes y que nuestro Estado, en cuanto sea posible, no sea ni demasiado grande ni demasiado pequeño. [...] En seguida se sacarán a los esposos, haciéndolo con tal maña, que los súbditos inferiores achaquen a la fortuna y no a los magistrados lo que les ha correspondido. [...] En cuanto a los jóvenes que se hayan distinguido en las guerras o en otras cosas, se les concederá, entre otras recompensas, el permiso de ver con más frecuencia a las mujeres." - Libro V, la República o El Estado.
En cuanto al cuidado y la educación de los niños, quedará al cargo tanto de hombres como mujeres. Se educarán a parte los hijos de los mejores ciudadanos, y se recluirán en algún lugar oculto a los hijos de los inferiores, así como a los deformes y defectuosos:
"- Llevarán al redil común los hijos de los mejores ciudadanos, y los confinarán a ayas, que habitarán en un cuartel separado del resto de la ciudad. En cuanto a los hijos de los súbditos inferiores, lo mismo que respecto los que nazcan con alguna deformidad, se los ocultará, pues así es conveniente, en algún sitio secreto que estará prohibido revelar.
- Es el medio de conservar en toda su pureza la raza de nuestros guerreros." - Libro V, La República o El Estado.
El Estado debe ser dichoso en su conjunto, por lo que el sufrimiento necesario de los niños inferiores o de los guerreros, los cuales habrán sido correctamente instruidos para que lo soporten y amen, no altera la felicidad de la República tomada en su conjunto.
"Nuestra tarea consiste en fundar un gobierno dichoso, a nuestro parecer por lo menos, un Estado en el que la felicidad no sea patrimonio de un pequeño número de particulares, sino común a toda la sociedad." - Libro IV, La República o el Estado.
Otra de estas mentiras útiles para la sociedad es la que permitirá la cohesión entre ciudadanos y la aceptación por parte de cada uno de ellos de su rol y posición en el Estado. Esta mentira será explicada en forma de fábula y consiste en primer lugar en el patriotismo, en considerar la tierra en la que se hallan como su madre, y a los demás ciudadanos como sus hermanos. En segundo lugar se hablará de la implicación de Dios en su creación como seres humanos, el cual introdujo el oro en la composición de los que deben ser magistrados, la plata en los guerreros y el hierro y el bronce en los labradores y demás artesanos. Cada niño puede nacer independientemente de la composición del alma de sus padres con una composición de oro, plata, bronce o hierro. Será una tarea de los magistrados, encomendada por Dios, identificar la composición del alma de cada uno y asignarle en consecuencia una educación y un papel determinados. El oráculo dice que la república perecerá cuando sea gobernada por el bronce o por el hierro, por lo que es de vital importancia que los gobernantes no erren en su trabajo, y que cada cual asuma su oficio. Quizá no sea posible convencer a las personas con esta fábula, pero si "se podrá conseguir de sus hijos y de todos los que después nazcan" (Libro III).
En la República, como en el Estado Mundial, la unidad y la interdependencia es crucial. Es por eso mismo que en el Estado todo será común, evitando así las bajezas cometidas por los ciudadanos en otros sistemas. La vida, como las funciones públicas, ha de ser común entre hombres y mujeres, y la educación de los niños deber recaer sobre ambos. Debe prevalecer la vida en comunidad; Uno para todos, todos para uno.
"¿No es el mayor mal de un Estado lo que le divide, haciendo de uno solo muchos?; y su mayor bien, por el contrario, ¿no es el que liga todas sus partes, haciéndole uno? [...] ¿Y qué cosa más propia para formar esta unión que la comunidad de placeres y de penas entre todos los ciudadanos, cuando todos se regocijan con las mismas felicidades y se afligen con las mismas desgracias? [...] Quitad esta distinción, y suponed a todos atraídos hacia unas mismas cosas; ¿no gozará el Estado entonces de una perfecta armonía? [...] ¿Por qué? Porque todos sus miembros no constituirán, si puede decirse así, más que un solo hombre. Cuando hemos recibido una herida en el dedo, en el momento el alma, en virtud de su unión con el cuerpo, lo advierte y el hombre entero se aflige del mal de una de sus partes, y así se dice de un hombre que tiene un dedo malo.[...] Que un particular experimente algo bueno o malo; todo el Estado lo sentirá y lo compartirá, porque siempre se regocijará y se afligirá con él." - Libro V, la República o El Estado.
La unidad marcará el límite a la expansión del Estado, que será efectuada por los guerreros. La República deberá crecer tanto como pueda, siempre y cuando no se altere la unión entre sus miembros; para que "no haya ni muchos ciudadanos en un solo ciudadano, ni muchos Estados en un solo Estado" (Libro IV). Las guerras solo se considerarán como tales cuando se lleven a cabo contra los bárbaros. Por el contrario, al igual que el conflicto entre la URSS y EE.UU, o entre Eurasia (Rusia), Estasia (China) y Oceanía (Occidente), los conflictos entre ciudades griegas se considerarán una mera discordia entre amigos que algún día han de reconciliarse.
"La enemistad entre allegados se llama discordia; entre extraños, se llama guerra. [...] ¿No deberían tratarlos como amigos [A los griegos derrotados. Nota del autor] con los que no han de sostener una guerra perpetua, y con quienes han de reconciliarse algún día? [...] Esa manera de obrar es mucho más conforme con la humanidad que la primera." - Libro V, La República o El Estado.
El amor sensual, el placer más grande y vivo de todos, no será admitido socialmente, pues un amor que no está sujeto a la razón no es ni sabio ni arreglado a lo bello y honesto. Las relaciones de afecto entre el que ama y lo amado serán pues como las de un padre y su hijo.
En cuanto a la medicina, estará dedicada al cuidado de aquellos con cuerpo sano y alma bella. Puesto que los ciudadanos estarán bien educados y sabrán cuidar de sí mismos, no harán falta los médicos más que para dolencias leves y pasajeras. Pues si la dolencia es grave e incurable, no es conveniente ni para el Estado ni para el paciente tratar de prolongar la vida del sujeto haciéndola desgraciada y penosa. Los discípulos de Esculapio deberán ser virtuosos, poseedores no solo de un gran conocimiento sino de una gran experiencia. Lo mismo para los jueces, que han de haber sido siempre buenos y puros a pesar de estar expuestos a la tentación tendida por los malos más astutos.
"Por consiguiente, establecerás en nuestra república una medicina y una jurisprudencia que sean como acabamos de decir, y que se limiten al cuidado de los que han recibido de la naturaleza un cuerpo sano y una alma bella. En cuanto aquellos cuyo cuerpo está mal construido, se los dejará morir, y se castigará con la muerte a aquellos cuya alma es naturalmente mala e incorregible. [...] Es evidente que nuestros jóvenes, educados en los principios de esta sencilla música que hace nacer en el alma la templanza, obrarán de manera que no tendrán necesidad de los jueces. [...] Y que si observan las mismas reglas respecto de la gimnasia, podrán pasarse sin médicos, fuera de los casos de necesidad." - Libro III, La República o El Estado.
Acerca de la danza, de la caza, de los combates ecuestres y gimnásticos, deberán regirse según los principios ya acordados.
Se trata en definitiva de una sociedad científica, por lo que los políticos no tienen cabida en ella:
"No te irrites contra nuestros políticos; son las gentes más divertidas del mundo con sus reglamentos, que modifican sin cesar, persuadidos de que remediarán así los abusos que se infiltran en las relaciones de la vida sobre todos los puntos que he hablado. No pueden imaginarse que realmente no hacen más que cortar las cabezas de una hidra." - Libro IV, La República o El Estado.
La República quedará a cargo de los ancianos más cualificados (cincuenta años o más), pues no hay nadie mejor que ellos para guardar el Estado. Los magistrados, o salvadores y defensores del pueblo, o "guardadores del mismo rebaño" (Libro V), serán educados también desde su infancia, primero en la música y luego en la gimnasia. Deben tener energía, prudencia y celo por el bien público. Se escogerán como guardadores a aquellos que pasen todas las pruebas de seducción y engaño, de combates, trabajos y dolor a las que serán sometidos a lo largo de su vida, que se hayan mantenido siempre fieles a su deber y nunca hayan actuado en contra de los intereses del Estado.
"Si, atentos siempre a vigilarse a sí mismos y sin olvidar las lecciones de la música que han recibido, hacen ver en toda su conducta que su alma se arregla según las leyes de la medida y de la armonía; en una palabra, que son tales como deben ser para servir eficazmente a su patria y para ser útiles a sí mismos, haremos jefe y guardador de la república al que, en la infancia, en la juventud y en la edad viril, haya pasado por todas estas pruebas y salido de ellas puro; le colmaremos de honores durante su vida, y le levantaremos, después de su muerte, un magnífico mausoleo con todos los demás monumentos a propósito para perpetuar su memoria." - Libro III, La República o el Estado.
Como los guerreros y el resto de ciudadanos, todos pertenecerán a todos, y constituirán una gran familia. El puesto de magistrado será otorgado a los filósofos, es decir, a aquellos que aman la ciencia y la sabiduría, "aquellos que se consagran a la contemplación de la esencia de las cosas" (Libro V):
" - Pero el que lleva de frente todas las ciencias con un ardor igual, que desearía abrazarlas todas y que tiene un deseo insaciable de aprender, ¿no merece el nombre de filósofo? ¿Qué piensas de esto? [...]
- Entonces, ¿quiénes son, en tu opinión, los verdaderos filósofos?
- Los que gustan de contemplar la verdad. [...]
- ¿Qué significa la vida de un hombre que conoce en verdad las cosas bellas, pero que no tiene ninguna idea de la belleza en sí misma, ni es capaz de seguir a los que quieren hacérsela conocer? ¿Es un sueño? [...]
- Sí, eso es lo que yo llamaría un sueño. [...]
- Por el contrario, el que puede contemplar la belleza, sea en sí misma, sea en lo que participa de su esencia, que no confunde lo bello y las cosas bellas, y que no toma jamás las cosas bellas por lo bello, ¿vive como un sueño o en una realidad?
- Vive en la realidad.
- Los conocimientos de éste, fundados en una vista clara de los objetos, son una verdadera ciencia; y los de aquél, que sólo descansan en la apariencia, no merecen otro nombre que el de opinión." - Libro V, La República o El Estado.
Serán instruidos por lo tanto en la guerra y en un gran número de ciencias, y ejercitarán el alma del mismo modo que el cuerpo, hasta alcanzar su máxima grandeza.
"Convengamos, por lo pronto, en que el primer signo del espíritu filosófico es amar con pasión la ciencia, que puede conducirle al conocimiento de esta esencia inmutable, inaccesible a las vicisitudes de la generación y de la corrupción. [...] Examina después si no es necesario que los que hayan de ser como hemos dicho, estén dotados de esta otra condición: [...] El horror a la mentira, a la que negarán toda entrada en el alma, al paso que habrán de tener un amor igual por la verdad. [...] Por consiguiente, el espíritu verdaderamente ávido de ciencia, debe, desde la primera juventud, amar y buscar la verdad. [...] Por consiguiente, aquel cuyos deseos se dirigen hacia las ciencias sólo gusta de los placeres puros, que pertenecen al alma. Respecto a los del cuerpo, los desdeña, si no es filósofo en el nombre y sí en la realidad. [...] Un hombre de tales condiciones es templado y enteramente extraño a la concupiscencia. [...] Pero ¿crees que un alma grande, que abraza en su pensamiento todos los tiempos y todos los seres, mire la vida del hombre como cosa importante? [...] Luego el alma de este temple, no temerá a la muerte." - Libro VI, La República o El Estado.
Las ciencias a las que habrán de ejercitarse junto a los guerreros para llevar su alma a lo más alto serán las ciencias puras, aquellas que la vuelven hacia la contemplación del ser: la aritmética y el cálculo, la geometría -"que tiene por objeto el conocimiento de lo que existe siempre, y no de lo que nace y perece"(Libro VII) -, la ciencia dedicada a los sólidos, la astronomía -dedicada a los sólidos en movimiento-, la música -la hermana de la astronomía- y, finalmente, la dialéctica (a la que se consagraran únicamente los filósofos).
"El estudio de estas ciencias de que hemos hablado produce el mismo efecto. Eleva la parte más noble del alma hasta la contemplación del más excelente de los seres; como en el otro caso, el más penetrante de los órganos del cuerpo se eleva a la contemplación de lo más luminoso que hay en el mundo material y visible." - Libro VII, La República o El Estado.
Tendrán que dedicarse a ellas, libremente, por puro amor al conocimiento, sin ningún tipo de trabas o coacción:
"Porque un espíritu libre no debe aprender nada como esclavo. Que los ejercicios del cuerpo sean forzosos o voluntarios, no por eso el cuerpo deja de sacar provecho; pero las lecciones que se hacen entrar por fuerza en el alma no tienen en ella ninguna fijeza. [...] No emplees la violencia con los niños cuando les das las lecciones; haz de manera que se instruyan jugando, y así te pondrás mejor en situación de conocer las disposiciones de cada uno." - Libro VII, La República o El Estado.
Serán hombres y mujeres que ya desde pequeños muestren gran curiosidad y pasión por adquirir conocimiento, que tiendan a contemplar y observar las cosas, con vista panorámica, que presenten gran facilidad para aprender y memorizar, sin bajezas de ningún tipo, vivos de espíritu y de carácter firme, valientes, incorruptibles, templados y dueños de sí mismos. Así serán los hombres que deben llevar el timón. Será trascendental su educación y su entorno, pues de un alma grande tanto pueden salir los mejores bienes como los peores males; a diferencia de las almas vulgares, de las cuales "puede decirse que jamás harán ni mucho bien ni mucho mal" (Libro VI).
"Por lo tanto, el filósofo, gracias a la estrecha relación en que vive con los objetos divinos, entre los que reina un orden inmutable, se hace un hombre divino y ajustado en todas sus acciones; en cuanto lo consiente la debilidad humana, porque en el mundo no hay nada que no tenga algo que reprender. [...] Si algún motivo poderoso le obligase a no limitar sus cuidados a su propia perfección, y sí a hacerlos extensivos al gobierno y a las costumbres de sus semejantes, introduciendo el orden que ha admirado en la esencia de las cosas, ¿crees tú que será un mal maestro en todo lo relativo a la templanza, justicia y demás virtudes civiles? [...] Pero si el pueblo llega a penetrarse una vez de la verdad de lo que decimos de los filósofos, ¿se irritará contra ellos y rehusará creer con nosotros que un Estado no puede ser dichoso, a menos que el plan del mismo sea trazado por estos artistas según el modelo divino, que constantemente tienen en vista? [...] Te suplico que observes cuán corto será su número, porque raras veces sucede que las cualidades que en nuestra opinión deben entrar en el carácter del filósofo se encuentren reunidas en un solo hombre, porque por lo ordinario se reparten entre muchos." - Libro VI, La República o el Estado.
El conocimiento más sublime al que deben aspirar estos hombres es la idea de bien, pues es la que da utilidad a la justicia y las demás virtudes. Si los magistrados no alcanzan a conocer esta idea, y unen dicho conocimiento a la idea de lo bello y de lo justo, el Estado jamás podrá ser gobernado correctamente.
"Y el sol, que no es la vista, pero que es el principio de ella, es percibido por la misma. [...] Pues ten en cuenta que cuando hablo de la producción del bien, es del sol que quiero hablar. El hijo tiene una perfecta analogía con su padre. El uno es en la esfera visible con relación a la vista y a sus objetos lo que el otro es en la esfera ideal con relación a la inteligencia y a los seres inteligibles. [...] Sabes que cuando se dirige la vista a objetos que no están iluminados por el sol y sí sólo por los astros de la noche, apenas se los puede distinguir; parece uno casi ciego, y la vista no está clara. [...] Pero cuando se miran los objetos iluminados por el sol, se los ve distintamente y la vista es muy clara. [...] Lo mismo sucede respecto el alma. Cuando fija sus miradas en objetos iluminados por la verdad y por el saber, los ve claramente, los conoce y muestra que está dotada de inteligencia; pero cuando vuelve sus miradas sobre lo que está envuelto en tinieblas, sobre lo que nace y perece, su vista se turba, se oscurece, y ya no tiene más que opiniones, que mudan a cada momento; en una palabra, parece completamente privada de inteligencia. [...] Indudablemente tú crees como yo, que el sol no sólo hace visibles las cosas que lo son, sino que les da también la vida, el crecimiento y el alimento, sin ser él mismo nada de todo esto. [...] Lo mismo puedes decir que los seres inteligibles no sólo reciben del bien su inteligibilidad, sino también su ser y su esencia, aunque el bien mismo no sea esencia; sino una cosa muy por encima de la esencia en razón de dignidad y de poder." - Libro VI, La República o El Estado.
Alegóricamente, el mundo visible equivale a una caverna, en la que permanecen atados por el cuello y las piernas la práctica totalidad de las personas, viendo pasar desde su nacimiento las sombras proyectadas por hombres que transitan sin ser vistos detrás de ellos; El fuego que permite proyectar dichas sombras corresponde a la imagen del Sol. El mundo exterior que jamás verán los esclavos que habitan en la caverna equivale al mundo de las ideas, a la región supraceleste, a las Islas Afortunadas, al mundo de la ciencia y del conocimiento, de las cosas en sí y no de su apariencia; el Sol que ilumina el mundo exterior corresponde en cambio a la idea de bien, idea que da sentido al resto de ideas y que es más bella que ninguna otra.
"Y bien, mi querido Glaucón, ésta es precisamente la imagen de la condición humana. El antro subterráneo es este mundo visible; el fuego que le ilumina es la luz del sol; este cautivo, que sube a la región superior y que la contempla, es el alma que se eleva hasta la esfera inteligible. He aquí, por lo menos, lo que yo pienso, ya que quieres saberlo. Sabe Dios si es conforme a la verdad. [...] En los últimos límites del mundo inteligible está la idea de bien, que se percibe con dificultad; pero una vez percibida no se puede menos de sacar la consecuencia de que ella es la causa primera de todo lo que hay de bello y de bueno en el Universo. [...] Admito, por lo tanto, y no te sorprenda, que los que han llegado a esta sublime contemplación, desdeñan tomar parte en los negocios humanos, y sus almas aspiran sin cesar a fijarse en este lugar elevado. Así debe suceder si es que ha de ser conforme con la pintura alegórica que yo he trazado.[...] ¿Es extraño que un hombre, al pasar de esta contemplación divina a la de los miserables objetos que nos ocupan, se turbe y parezca ridículo, cuando antes de familiarizarse con las tinieblas que nos rodean, se vea precisado a entrar en discusión ante los tribunales o en cualquier otro paraje sobre sombras y fantasmas de justicia y explicar cómo él las concibe delante de personas que jamás han visto la justicia en sí misma?" - Libro VII, La República o El Estado.
A los filósofos encargados de la guarda del Estado se les educará para que puedan alcanzar la región superior. Pero una vez lo consigan, serán obligados a descender de nuevo a las tinieblas de la caverna para desempeñar las funciones públicas que les han sido asignadas. Puesto que la felicidad debe recaer sobre toda la sociedad y no sobre un pequeño grupo de hombres, deberán sacrificarse por el Estado al igual que los guerreros. Descenderán a la gruta en compensación por la educación recibida, y porque entenderán que ese es el rol social que ellos deben jugar.
"Como los filósofos no gobiernen los Estados, o como los que hoy se llaman reyes y soberanos no sean verdaderos filósofos, de suerte que la autoridad pública y la filosofía se encuentren juntas en el mismo sujeto, y como no se excluyan absolutamente del gobierno tantas personas que aspiran hoy a uno de estos dos términos con exclusión del otro; como todo esto no se verifique, mi querido Glaucón, no hay remedio posible para los males que arruinan los Estados ni para los del género humano; ni este Estado perfecto, cuyo plan hemos trazado, aparecerá jamás sobre la tierra, ni verá la luz del día." - Libro V, La República o El Estado.
El Estado perfecto, pues, ya ha quedado conformado. No será posible plasmarlo en la realidad al pie de la letra, pero probablemente sí de una forma similar a la descrita.
"No exijas, por tanto, de mí que realice con una completa precisión el plan que he trazado; y si puedo hacer ver cómo un Estado puede ser gobernado de una manera muy aproximada a lo que he dicho, confiesa entonces que he probado, como me exiges, que nuestro Estado no es una quimera." - Libro V, la República o El Estado.
Para llevarlo a cabo, se procederá de la siguiente forma:
"Relegarán al campo a todos los ciudadanos que pasen de diez años; y después de haber, de esta suerte, sustraído al influjo de las actuales costumbres a los hijos de estos ciudadanos, los educarán conforme a sus propias costumbres y a sus propios principios que son los que nosotros hemos expuesto antes. Por este medio establecerán en el Estado, en poco tiempo y sin dificultad, el gobierno de que hemos hablado, y le harán muy dichoso." - Libro VII, La República o El Estado.
La República está definida por cuatro virtudes: la prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia. Es prudente, ya que está dirigida científicamente por los magistrados y el buen consejo;
"La prudencia reina en nuestro Estado, porque el buen consejo reina en él; ¿no es así? [...] No es menos claro que la ciencia presida a este buen consejo, puesto que no es la ignorancia sino la ciencia la que enseña a dictar medidas justas. [...] ¿Hay en el Estado que acabamos de formar una ciencia que resida en algunos de sus miembros y cuyo fin es deliberar, no sobre alguna arte del Estado, sino sobre el Estado todo y sobre su gobierno, tanto interior como exterior? [...] Es la que tiene por objeto la conservación del Estado, y reside en aquellos magistrados que están encargados de su guarda.[...] En general, de todos los cuerpos que toman su nombre de la profesión que ejercen, ¿no será el cuerpo de los magistrados el menos numeroso?" - Libro IV, la República o El Estado.
Es fuerte, porque es defendida por guardianes bien instruidos; es templada, pues hay una sumisión voluntaria hacia los magistrados y una aceptación del rol social de cada uno;
"Pero con respecto a los sentimientos sencillos y moderados, fundados sobre opiniones exactas y gobernados por la razón, solo se encuentran en un pequeño número de persona, que unen a un extenso natural una excelente educación. [...] Pero, ¿no ves al mismo tiempo que en nuestro Estado los deseos y las pasiones de la multitud, que es la parte inferior, serán arreglados y moderados por la prudencia y la voluntad del pequeño número, que es el de los sabios? [...] Si de alguna sociedad puede decirse que es dueña de sí misma, de sus placeres y de sus pasiones, es preciso decirlo de ésta. [...] Y si hay alguna sociedad en la que los magistrados y los súbditos tengan la misma opinión acerca de los que deben mandar, es seguramente la nuestra. ¿Qué te parece? [...] De manera que puede decirse con razón que la templanza consiste en este buen acuerdo, y que es una armonía establecida por la naturaleza entre la parte superior y la parte inferior de una sociedad o de un particular, para decidir cuál es la parte que debe mandar a la otra." - Libro IV, La República o El Estado.
Finalmente es justa, incluso desconociendo todavía la definición de justicia, porque un Estado ideal ha de ser justo. Vistas la prudencia, la fortaleza y la templanza, la justicia debe ser entonces el principio ya descrito desde el inicio que permite al Estado ser perfecto: que cada uno se limite a su oficio sin acaparar el de los demás. Si no fuera así, devendría el caos y el derrumbamiento de la sociedad.
"Y así esta virtud, que contiene a cada uno en los límites de su propia tarea, no contribuye menos a la perfección de la sociedad civil que la prudencia, la fortaleza y la templanza. [...] Y esta virtud, que unida a las demás asegura el bien del Estado, ¿no es la justicia? - Libro IV, La República o El Estado.
Habiendo encontrado al fin qué es la justicia y cómo es una sociedad justa, llega el momento de indagar cómo es un hombre justo y averiguar luego si es cierto que es menos dichoso que el injusto. Si el Estado está compuesto de tres virtudes, la prudencia, el valor y la templanza, el alma del hombre también debe disponer de tres partes: la razón, la cólera y el apetito sensitivo. Según que parte predomine más sobre el alma, los hombres pueden clasificarse en filosóficos, ambiciosos o interesados, respectivamente.
"La primera de estas partes es aquella por la que el hombre conoce; la segunda es aquella por la que el hombre se irrita; la tercera tiene demasiadas formas para que pueda ser comprendida bajo un nombre en particular; pero ya la hemos designado por lo más notable y por lo que más predomina en ella. La hemos llamado apetito concupiscible a causa de la violencia de los deseos que nos arrastran a comer, beber, al amor y a los demás placeres de los sentidos; y la hemos llamado amiga de las riquezas, porque el dinero es el medio más eficaz para satisfacer esta clase de deseos." - Libro IX, La República o El Estado.
Según la definición de justicia concebida, el hombre justo ha de ser aquél que tenga las tres partes de su alma bien arregladas y ordenadas, con templanza, y que ninguna de ellas se extralimite en sus funciones.
Si en la República la clase dirigente son los magistrados, y son ellos porque disponen de la prudencia, el alma del hombre debe de estar gobernada igualmente por la razón, que alberga la prudencia y corresponde a la parte superior. Las otras dos partes, inferiores, han de estar sometidas a la primera. Es decir; el hombre justo, como los filósofos, es aquel que es dueño de sí mismo. Todo lo que ayude a mantener el orden preestablecido, tanto en el Estado como en el alma del particular, serán por lo tanto, acciones bellas y justas.
Para descubrir qué clase de hombre es más dichoso y más útil, habrá que comparar los distintos tipos de hombre y, siguiendo el mismo método aplicado, habrá que analizar antes las distintas clases de Estado -puesto que éstos están constituidos por personas- que los representan: la aristocracia y la monarquía, la timocracia, la oligarquía, la democracia y la tiranía. El mejor modelo de Estado, el Estado más deseable, corresponderá sin duda al tipo de hombre más deseable.
La aristocracia y la monarquía son el sistema propio de la República, que es buena y justa. Ésta se desmoronará en el momento en que aparezca una generación de magistrados incapaces de discernir entre la raza de oro, de plata, de bronce y hierro. Mezclándose unas con otras, reinará la discordia y devendrá la escisión: el bronce y el hierro tratarán de apoderarse de tierras y riquezas, mientras que el oro y la plata harán uso de la fuerza y se acabarán por repartirse el territorio convirtiendo en esclavos al resto de ciudadanos. Todo esto resultará en un tipo de Estado como el de Creta o Esparta, la timocracia o timarquía, donde quedarán preservados el respeto a los magistrados y la cultura de los guerreros. Por otro lado los magistrados ya no serán sabios, sino gentes poco ilustradas ansiosas de guerras y oro, por lo que se dejará a un lado la dialéctica y se dará preferencia a la gimnasia en detrimento de la música. Este Estado corresponde a la imagen de un joven ambicioso y celoso, que ha decidido optar por un término medio entre la pasividad y la razón a las que alude su padre y la cólera y los deseos a los que aluden su madre y los criados.
En la timarquía el amor por el lujo y las riquezas va incrementándose poco a poco, hasta el punto que se acaba tomando mayor estima a los hombres ricos que a los hombres de bien. Los ciudadanos se van volviendo avaros y el desprecio a los pobres se hace patente. Al fin el poder acaba recayendo legalmente sobre los que superan una cuota de renta determinada, constituyéndose la oligarquía. Este gobierno es incapaz, puesto que el nivel de riqueza no determina los conocimientos ni la experiencia requeridos para dirigir un Estado; está dividido, pues los pobres se encuentran enfrentados con los ricos; no tiene capacidad para defenderse, ya que ello requeriría armar a los pobres; es injusto y caótico, pues cada cual realiza múltiples funciones; y lo más grave de todo, la gran libertad para comprar y vender que permite que los ricos acaparen todos los bienes. La inmensa pobreza, además, engendra abundantes zánganos con aguijón, es decir, malhechores, que trastornan la sociedad. La oligarquía representa la imagen de un joven que, ante el fracaso rotundo de su padre, se refugia en el acúmulo insensato de riquezas. Es codicioso, ambicioso, avaricioso, sórdido; en él el deseo de atesorar cuanto le sea posible, que prevalece sobre todos los demás, tiene el control sobre la razón y el valor, que se ven suprimidos. Exteriormente en cambio, parece mucho más moderado y dueño de sí mismo que la mayoría.
El descontento entre los pobres y los zánganos con aguijón contra los ricos es lo que pierde a la oligarquía. La infelicidad general actúa como caldo de cultivo para que fuerzas externas promuevan la revolución del pueblo con el fin de derrocar a la clase dirigente, abriendo paso así a la democracia. La democracia es una forma de gobierno muy tentadora; en ella se respira libertad por todas partes. Con tal de que quién mande se diga trabajar en pro del bien público y para el pueblo, ya es suficiente para que se mantenga en el poder, aún sin estar capacitado para ello. Este sistema representa la imagen de un joven mal educado, hijo de un oligarca, que adquiere características típicas de los zánganos y empieza a codearse con ellos; en lugar de mirar los deseos necesarios como su padre, coge gusto por los deseos superfluos y, tras establecer una especie de equilibrio entre ellos, se dedica a satisfacer uno tras otro. Alberga toda clase de costumbres y caracteres, al igual que el Estado democrático alberga todas las clases de gobierno.
Pero a la democracia le ocurre lo mismo que a la oligarquía con las riquezas; pretende alcanzar una libertad sin límites. La igualdad extrema hace confundir el pueblo con los magistrados y el respeto hacia éstos se pierde; los padres quedan al nivel de los hijos, los ancianos al de los jóvenes, los maestros al de los alumnos, y los dueños al de sus perros. A la menor apariencia de coacción, las masas se sublevan y las leyes dejan de obedecerse; todo este caos da lugar a la tiranía. A la libertad más extrema, le sigue la más extrema de las servidumbres.
Los aduladores del pueblo, que están al poder, se encargan de dar miel a los zánganos, con tal de mantenerlos a su lado y echarlos como perros de caza a por sus enemigos. Mediante calumnias hacen cargar a la multitud contra los ricos y los desposeen de sus bienes, culpándoles de conspiradores y mostrándoles como oligarcas que intentan arrebatar las libertades al pueblo. Así se forma una verdadera facción oligárquica, que se ve obligada a defenderse y que entra en guerra abierta con los protectores del pueblo, futuros tiranos.
"Cuando el protector del pueblo, encontrando a éste completamente sumiso a su voluntad, empapa sus manos en la sangre de sus conciudadanos; cuando en virtud de acusaciones calumniosas, que son demasiado frecuentes, arrastra a sus adversarios ante los tribunales y hace que expiren en los suplicios, bañando su lengua y su boca impía en la sangre de sus parientes y de sus amigos diezma el Estado, valiéndose del destierro y de las cadenas, y propone la abolición de las deudas y una nueva división de tierras, ¿no es para él una necesidad el perecer a manos de sus enemigos o hacerse tirano del Estado y convertirse en lobo? [...] Ya le tienes aquí en guerra abierta con los que poseen grandes bienes. [...] Y si se consiguiese expulsarlo, y volviese a pesar de sus enemigos, ¿no vendrá hecho un tirano completo? [...] Pero si los ricos no pueden echarlo ni hacer que le condenen a muerte, acusándole delante del pueblo, naturalmente conspirarán sordamente contra su vida. [...] Entonces el hombre ambicioso, que ha llegado a este punto extremo, aprovecha la ocasión para hacer al pueblo una petición. Le pide una guardia para proteger al defensor del pueblo. [...] Cuando las cosas llegan a este punto, todo hombre que posee riquezas y que por esta razón pasa por enemigo del pueblo, toma para sí el oráculo dirigido a Creso:
Huye hacia el río Hermos, de lecho pedregoso y no teme la tacha de cobardía.
En cuanto al protector del pueblo, no creas que se duerme en medio de su poderío; sube descaradamente al carro del Estado, destruye a derecha e izquierda a todos aquellos de quienes desconfía, y se declara abiertamente tirano." - Libro VIII, La República o El Estado.
El tirano, los primeros días se mostrará amable y gracioso con todos; repartirá tierras, cancelará deudas, hará grandes promesas... Una vez consiga el poder y esté estabilizado, se embarcará en guerras para que haya la necesidad de un jefe. Mantendrá así ocupadas a sus gentes, empobrecidas por los impuestos, que no podrán conspirar contra él. Podrá también de esta forma aniquilar a los más rebeldes, dejándolos morir en manos enemigas. Y con el tiempo, cuando empiece a oír críticas de sus más allegados, que le ayudaron a subir al poder, no tardará en deshacerse de ellos. Su crueldad le obligará a servirse de una guardia que le defienda, conformada por esclavos liberados que no le sean infieles. El elevado costo de su guardia le obligará a saquear templos en primer lugar, y cuando éstos no le sean suficientes, se verá forzado a imponer altas contribuciones al mismo pueblo que le puso a cargo del Estado. Cuando el pueblo, su padre, se canse de alimentar al tirano, éste no tendrá problemas en recurrir a la violencia, convirtiéndose así en un parricida.
"¿Se atrevería el tirano a emplear la violencia con su padre, y hasta maltratarle si no cedía? [...] ¿El tirano es, por consiguiente, un hijo desnaturalizado, un parricida? Y he aquí que hemos llegado a lo que todo el mundo llama tiranía. El pueblo, queriendo evitar, como suele decirse, el humo de la esclavitud de los hombres libres, cae en el fuego del despotismo de los esclavos, y ve que la servidumbre más dura y más amarga sucede a una libertad excesiva y desordenada." - Libro VIII, La República o El Estado.
La tiranía representa la imagen de un joven, hijo de un zángano democrático, que se deja llevar por los placeres más superfluos y dedica su vida en saciarlos, creyéndose por ello libre. Gobernado por el tirano del alma, gastará su dinero en continuas fiestas y en juego, hasta quedarse sin nada. Este zángano, armado con aguijón por su ambición, acudirá entonces a sus padres y amigos y les arrebatará del modo que haga falta todos sus bienes con tal de satisfacer sus caprichos. Cuando ya nada le quede, se verá obligado a robar y a cometer los más horribles crímenes, perdiendo al fin todo ápice de honor y probidad. El Estado, dirigido por un hombre así, es mejor que no trate de oponer resistencia si no quiere acabar como los padres del joven.
La tiranía es el peor de los Estados, es el Estado más esclavo que puede haber; está dirigido por la violencia de las pasiones, y por lo tanto no es dueño de sí mismo; es pobre y está lleno de dolor, turbación, arrepentimiento, lágrimas y gemidos... El hombre tirano, el más injusto y depravado es, entonces, el más desgraciado de todos. Y de todos los hombres tiranos, el menos dichoso es el que además es tirano de un Estado; éste se ve esclavizado ya no solo por sus deseos, sino también por las funciones públicas que desempeña, junto al miedo y la inseguridad constantes que le acompañan.
El mejor Estado que hay es, por el contrario, el aristocrático o monárquico, la República. El hombre justo y bueno, dueño de sí mismo, es, por consiguiente, el más dichoso. Al aristocrático le seguirían en felicidad el timocrático, el oligárquico y el democrático, por este mismo orden.
"¿No hemos dicho que nada se alejaba más de la razón que los deseos tiránicos y amorosos? [...] ¿Y que nada se separaba menos que los deseos moderados y monárquicos? [...] Por consiguiente, el tirano será el que esté más lejos del placer verdadero y pronto del hombre, mientras que el rey se aproximará a él cuanto es posible. [...] Luego la condición del tirano será la menos dichosa, y la del rey la más dichosa que pueda imaginarse." - Libro IX, La República o El Estado.
Si comparamos la República de Platón con la República Mundial que se avecina, encontraremos notables similitudes. En la República, como en el Mundo Feliz, todo es común; hay igualdad entre sexos y, en la raza de los guerreros, no hay núcleos familiares. Se aplica también la eugenesia con el objetivo de hacer a cada ciudadano lo más apto posible para sus funciones, y existe además un control demográfico. La sociedad está igualmente dividida en clases, entre las cuales es la de los filósofos, amantes de la ciencia y la sabiduría, o dicho de otra forma, la de los tecnócratas, la encargada de dirigir el Estado. Los políticos, por ende, no están aceptados en ninguno de los dos modelos. Ambas son sociedades artificiales en las que todo ha sido científicamente planeado y en las que el rol social de cada persona es asignado racionalmente por los magistrados. Todos los miembros de la sociedad son pequeñas piezas de un gran engranaje, células de un mismo cuerpo, que debe ser valorado en su conjunto y no en alguna de sus partes. El método para organizar el caos de relaciones y hacer que el Estado sea dichoso y funcione, tanto en un modelo como en el otro, es la propaganda. La divulgación de mentiras está admitida en los dos Estados, siempre y cuando sean de utilidad para la sociedad. En el caso de la República la propaganda está basada principalmente en la educación mediante la música y la gimnasia. Pero es precisamente en este aspecto, en la propaganda, donde difiere en su mayor grado con el "Mejor de los mundos posibles". Podríamos decir que, aunque ambos modelos parten de la misma base, son totalmente opuestos respecto al sentido que se le da a ésta; que si la República es Freud, el Estado Mundial es Wilhem Reich. Aristocles utiliza la propaganda para promover en los ciudadanos lo que él considera que son los valores y objetivos a los que debe aspirar todo ser humano, empezando por él mismo. Así, utiliza la propaganda con un buen fin, que es el de elevar a las personas y liberarlas de la parte corrupta e irascible del alma, haciéndolas dueñas de sí mismas. Aboga por todo lo que haga ensalzar a la razón, en detrimento de la parte animal del hombre. Respecto a la propaganda que exacerba los impulsos irracionales de la multitud, como la que corresponde a las obras de los poetas, lógicamente la desdeña. Es concretamente este punto del modelo de la República, la veneración a la razón, el que la echaría a perder si se intentara implementar en la realidad. A pesar de que Platón conoce la naturaleza humana y las partes que la constituyen, posee una comprensión parcial de la propaganda y no tiene en su mente un concepto de ella como tal. No tiene, por ende, una idea clara de la propaganda, vista como una herramienta clave para la manipulación de las masas. Como muchos suelen hacer, cree más en ella en términos de educación. Piensa, erróneamente, que puede gobernar y organizar a una muchedumbre fomentando la razón, cuando él mismo sabe que los que disponen de ésta se encuentran en un número muy reducido. Continúa pensando así incluso, cuando tal y como él mismo expresa en algún momento, cree conveniente exacerbar dos deseos en particular, el patriotismo y el amor a los dioses, con tal de ordenar a la plebe. Pretende, paradójicamente, construir un Estado basado en la moderación, no únicamente en la de los magistrados, sino en la de todo el mundo. Algo así, tal y como dictamina la naturaleza humana, no puede funcionar. Es una limitación impuesta por la propia realidad. Hay una grave contradicción entre el modelo de Estado de Platón, que ve necesario el uso de la propaganda, y el concepto de propaganda en sí mismo, que trabaja sobre la parte irracional del alma. No cae en la cuenta de que si un Estado es justo, y por lo tanto cada uno realiza sus tareas según su naturaleza sin entrometerse en la de los demás, la razón debe recaer únicamente sobre la parte superior, y jamás sobre las inferiores. En el momento en el que se estimula a los ciudadanos para que utilicen la razón, cuando no es esa su tarea en el Estado, el orden deja de existir y la sociedad se viene abajo. Si el Estado es un símil del alma humana, no puede haber razón mezclada en los deseos. La razón debe pertenecer únicamente a los filósofos, ya sean de la clase gobernante o no, y a nadie más, para que las cosas marchen. En eso mismo se basa el concepto de justicia defendido por Aristocles. No corresponde a las masas entrometerse en el papel de los filósofos. Y en verdad, no es algo que pueda decidirse, pues es la naturaleza humana en sí misma la responsable de que esto sea así. La situación no podrá ser distinta a no ser que cambiemos nuestra naturaleza mediante el uso de la tecnología, en cuyo caso la República podría convertirse en una realidad. No sería de extrañar, por lo tanto, que si Platón hubiera tenido el camino despejado para implementar su modelo en la vida real las veces que visitó Siracusa, hubiese fracasado. Es digno de mencionar, por otro lado, su visión de la historia como un experimento; su intención de experimentar socialmente a partir de un modelo teórico preconcebido es verdaderamente avanzada para la época; no se aplicaría a gran escala hasta muchos siglos después, con la URSS, la Alemania nazi, el Japón o el Apartheid. La propaganda de hoy en día y por extensión la del futuro Estado Mundial, actúa de forma absolutamente contraria a lo que pretendía Platón en la República, a pesar de que ésta halla servido como su inspiración: se encarga de exacerbar los deseos de las personas a nivel masivo, hasta límites jamás sospechados por Aristocles, convirtiéndolas en sujetos auto-expresivos realmente fáciles de manipular. Si en la República las relaciones amorosas son como las de un padre y su hijo, en el Estado Mundial el sexo y la liberalidad son la orden del día. En el momento en que se consigue tener el control sobre los deseos de las masas, es precisamente en una sociedad poblada de tiranos cuando es más fácil gobernarlas. Obviamente una sociedad así es una sociedad de esclavos, en la que por muy dichosas que sean en ella las personas, su felicidad no es verdadera. Si Aristocles pudiera ver la sociedad actual, en cómo son la basta mayoría de personas que la constituye, se vería horrorizado sino fuera porque, tratándose de él y no de otro, no tardaría demasiado en comprender que así debe ser si se quiere que el Estado perfecto funcione. Él mismo contempla esta posibilidad en su obra, en la que decide dar una oportunidad a la poesía si ésta llegara a demostrar en algún momento tener alguna utilidad que justifique su presencia en el Estado. Resulta curioso que dicha razón, que él desconocía, a la vez que comprendía perfectamente las bases científicas en las que se sustenta, haya sido la clave para el establecimiento de la República Mundial.
"A pesar de esto, protestamos resueltamente que si la poesía imitativa, que tiene por objeto el placer, puede probarnos con buenas razones que no se la debe desechar de un Estado civilizado, nosotros la recibiremos con los brazos abiertos, porque no podemos ocultarnos a nosotros mismos la fuerza y la dureza de sus encantos; pero en ningún caso es permitido hacer traición a la verdad. En efecto; tú mismo, mi querido amigo, ¿no eres uno de los apasionados por la poesía, sobre todo si se trata de la de Homero? [...] ¿Pero si no consiguen probarnos esto, imitaremos la conducta de los enamorados, que se hacen violencia para libertarse de la pasión después que han reconocido el peligro? Efecto del amor que hemos concebido por la poesía desde la infancia, y que se nos ha inspirado en estas bellas repúblicas en que hemos recibido nuestra educación, desearíamos que nos pudiera parecer muy buena y muy amiga de la verdad, pero mientras ella no tenga razones sólidas que alegar en su defensa, la escucharemos precaviéndonos contra sus encantos por las razones que acabo de exponer, y procuraremos no volver a caer en la pasión que por ella hemos sentido en nuestra juventud, y de cuya influencia no se libra el común de los hombres. Viviremos persuadidos de que no se debe mirar esta especie de poesía como una cosa seria, ni que afecte la verdad; que todo hombre que teme por el gobierno interior de su alma debe estar en guardia contra ella, o escucharla con precaución; y, en fin, creer que todo lo que hemos dicho es verdadero." - Libro X, La República o El Estado.
Tras embarcarse con una obra como la República, uno debe volver a las pesadas tareas del día a día, y no sin un gran pesar; anhela poder volver a sentir la sensación de ensueño que se produce al tener la oportunidad de conocer las ideas escritas hace más de dos milenios por el hijo de Aristón. Una obra así no podía salir de otra persona que no fuera un discípulo de Sócrates; y de un discípulo de Aristocles solamente podía salir un personaje de la talla de Alejandro Magno, el primer gran agente de la mundialización, rey de reyes, Faraón de Egipto. ¿Con quién sino iba a sentirse identificado Ozymandias?
"Sin embargo, la verdad ha podido más, y he dicho que no era posible esperar sobre la tierra un Estado, un gobierno, y si se quiere, un hombre perfecto, a menos que una dichosa necesidad obligase a este pequeño número de filósofos, acusados, no de perversos, sino de inútiles, a encargarse, con voluntad o sin ella, del gobierno, y al Estado a escucharles; o al menos, que los dioses inspiren un amor sincero por la verdadera filosofía a los que gobiernan en nuestros días las monarquías y los demás Estados o a sus sucesores. [...] Luego, si en los siglos pasados se ha visto un verdadero filósofo en necesidad de regir el timón de un Estado, o si esto mismo se verifica en algún país bárbaro tan distante que se oculte a nuestras miradas, o si llega a verificarse algún día, estamos prontos a sostener que ha habido, que hay, o que habrá un Estado tal como el nuestro, cuando esta musa [la filosofía], ejerza en él la suprema autoridad. Nada de imposible ni de quimérico hay en nuestro proyecto; aunque somos los primeros en confesar que la ejecución es difícil." - Libro VI, La República o El Estado.
"La República" o "El Estado" (Leer aquí) es un diálogo escrito por Aristocles aproximadamente en el 380 a.C. Ciertamente es un libro extraordinario, absolutamente imprescindible para cualquier persona que se haya embarcado en este largo viaje hacia el conocimiento y la sabiduría. Es una obra de tal calidad la escrita por el hijo de Aristón, que uno, tras acabar de leerla, si abandonara por un momento la razón, no podría sentir más que tristeza al verse obligado a escuchar las conversaciones cotidianas de la gente común.
Existe una estrecha relación entre "La República" de Aristocles y "Un Mundo Feliz" de Aldous Huxley. Si hay una conexión directa entre ambos autores -a través de las religiones mistéricas- o simplemente se trata de una línea de pensamiento no entraremos a valorarlo por ahora. Pero en todo caso, es evidente la enorme influencia que ha ejercido su obra sobre los miembros de la sociedad fabiana, como H.G.Wells o Bertrand Russell. Tal es así, que podemos considerar perfectamente "La República" como la base de la que partió el proyecto elitista dirigido actualmente por Pyramid Transnational para la conformación de un Estado Mundial.
Aristocles, comúnmente conocido como Platón -el de anchas espaldas-, nació en Atenas entre el 428 y el 423 a.C y vivió cerca de ochenta años. Fue un contemporáneo de Buda Gautama, o al menos nació pocos años después de que El Iluminado falleciera por una intoxicación alimentaria. Como Siddharta, príncipe de Shakia, se percató de la existencia de la parte irracional del hombre y de sus peligros, y de la importancia vital de subordinarla a la razón. Del mismo modo, entendió que debía llegar a lo más alto y alcanzar el mundo donde nada nace ni perece, y así, de esta forma, conseguir escapar del ciclo eterno de la vida; tal como lo diría Sakiamuni, el Samsara. Si Buda describió las bases científicas en las que se sustenta la propaganda, y entendió que eran la llave para alcanzar el Nirvana, Platón hizo lo mismo, y comprendió que eran un factor indispensable para arribar al mundo de las ideas. Y no solo llegó a comprender dichas bases, sino que además aprendió a darles utilidad, seguramente sin ser plenamente consciente de ello, con el fin de lograr la realización del colosal proyecto que concibió en su mente: el Estado perfecto. Aristocles fue a Siddharta lo que Bernays fue a Freud, pero con más de dos milenios de anterioridad.
Aristocles era descendiente de los primeros reyes de Atenas y familiar del mismo Solón. Nació durante el siglo de oro, una época de esplendor para la polis griega, justo tras la muerte de Pericles -amigo del segundo esposo de la madre de Platón-. Ya en aquellos tiempos las masas vivían inmersas en un delirio. Era la época de los primeros sistemas democráticos, de los primeros sistemas de enmascaramiento del poder. Íntimamente ligados a la democracia han ido siempre los sistemas de control de la población; si bien por aquel entonces los métodos de manipulación eran mucho más rudimentarios que los actuales, ya estaban siendo ampliamente utilizados; ¿Cómo podría haber democracia sino, sin sofistas que incendiaran a la multitud en las plazas y en los teatros mediante su oratoria y sus discursos?
"Cuando en las asambleas públicas, en el foro, en el teatro, en el campo, o en cualquier otro sitio donde la multitud se reúne, aprueban o desaprueban ciertas palabras y ciertas acciones con gran estruendo, grandes gritos y palmadas, redoblados por los ecos y las bóvedas. ¿Qué efecto producirán tales escenas en el corazón de un joven? Por excelente que sea la educación que haya recibido en particular, ¿no tiene que naufragar por precisión en medio de estas oleadas de alabanzas y de críticas? ¿Podrá resistir la corriente que le arrastra? ¿No conformará sus juicios con los de la multitud sobre lo que es bueno y vergonzoso? ¿No hará estudio en imitarla? [...]
[Sobre los sofistas. Nota del autor]: ¿Y no es ésta, punto por punto, la imagen de los que hacen consistir la sabiduría en conocer lo que desea la multitud reunida, lo que la lisonjea, sea en pintura, sea en música, sea en política?" - Libro VI, La República o el Estado.
¿Sin las divertidas fiestas de Baco, la música y el vino, y las magníficas fábulas? ¿Y qué hay de los pintores, de los poetas como Hesíodo y Homero, y de sus obras tan sublimes, como lo son la Odisea y la Ilíada?
"Por otra parte, es evidente que el genio del poeta imitador no le llama en manera alguna a representar esta parte del alma, y que, en su afán de agradar a la multitud, procura separarse de este camino, y más bien se inclina a expresar los caracteres apasionados, cuya variedad hace que sea más fácil el representarlos. [...] Luego tenemos justos motivos para condenarle y ponerle en la misma clase que el pintor. Tiene de común con él el componer sólo obras sin valor, si se las coteja con la verdad; y también se le parece en que trabaja con el fin de agradar a la parte débil del alma, y no a lo mejor que hay en ella; y, por lo tanto, tenemos fundados motivos para rehusarle la entrada en un Estado, que debe ser gobernado por leyes sabias, puesto que remueve y despierta la parte mala del alma, y al fortificarla destruye el imperio de la razón. Y podemos asegurar que lo que sucedería en un Estado, en que los malos llegasen a ser los más fuertes, revistiéndose de toda autoridad y haciendo perecer a todos los buenos ciudadanos, es la imagen del desorden que el poeta imitador introduce en el gobierno interior de cada hombre, por la excesiva complacencia que tiene para con esta parte insensata de nuestra alma, que no sabe distinguir lo que es más grande de lo que es más pequeño; que sobre un mismo objeto se forma ideas tan pronto demasiado grandes como demasiado pequeñas; que produce fantasmas, y que permanece siempre a una distancia infinita de la verdad. [...] Aún no hemos dicho nada del mayor mal que causa la poesía. ¿No es, en efecto, una cosa bien triste ver que es capaz de corromper el espíritu de las personas discretas, a excepción de muy pocas? [...] Escucha y luego juzga. Sabes que todos, indistintamente, hasta los más razonables, cuando oímos recitar pasajes de Homero o de cualquier otro poeta trágico, en que se representa a un héroe angustiado, deplorando su suerte en un largo discurso, prorrumpiendo gritos y dándose golpes en el pecho, sabes, repito, que en aquel acto percibimos un vivo y secreto placer, del que nos dejamos llevar insensiblemente, uniéndose a la compasión que inspira el héroe, la admiración por el talento del poeta que tan bien ha sabido conmovernos. [...] Pero, ¿tiene sentido, no digo el ver sin indignación, sino el aprobar con entusiasmo en otro una situación de que nos ruborizaríamos si nos viésemos en ella, y que condenaríamos en nosotros como una indigna debilidad? [...] Si consideramos que esta parte de nuestra alma, contra la que nos mantenemos firmes en nuestras propias desgracias, que está sediente de lágrimas y lamentaciones de que querría saciarse, y que busca por naturaleza, es la misma a que los poetas adulan y a la que hacen estudio en complacer; y que, en tales ocasiones, otra parte de nosotros mismos, que es la mejor, no estando aún bastante fortificada por la razón y por el hábito, afloja la rienda a la otra parte llorona, excusándose con que no es más que simple espectadora de las desgracias de otro, y que no es vergonzoso para ella dar señales de aprobación y de compasión, al ver las lágrimas que otro, que se dice hombre de bien, derrama indebidamente; de suerte que tiene por un bien el placer que disfruta en aquel momento, y no consentiría verse privado de él, como se vería si condenara absolutamente esta clase de poemas. Esto procede de que son pocos los que fijan su reflexión en que los sentimientos de otro se hacen infaliblemente nuestros, y que, después de haberse mantenido y fortificado nuestra sensibilidad mediante la vista de los males ajenos, es difícil moderarla en los propios. [...] ¿No diremos otro tanto cuando se trata del ridículo? Por aversión que tengas al tipo del bufón si manifiestas un placer excesivo en oír sus bufonadas, sea en el teatro, sea en conversaciones particulares, te sucederá lo mismo que en las emociones patéticas, es decir, que concluyes por hacer lo que apruebas en los demás. Porque entonces das rienda suelta al deseo de hacer reír que la razón reprimía antes en ti por temor de pasar por bufón; y después de haber alimentado ese deseo en la comedia, no tardarás en dejar escapar en tus relaciones con los demás, hasta sin pensar en ello, dichos que sólo pueden convenir a un farsante de profesión. [...] La poesía imitativa produce en nosotros el mismo efecto con respecto al amor, la cólera y a todas las pasiones del alma que tienen por objeto el placer y el dolor, y que nos sitian constantemente y las alimenta. La poesía imitativa nos hace viciosos y desgraciados a causa de la fuerza que da a estas pasiones sobre nuestra alma, en vez de mantenerse a raya y en completa dependencia, para asegurar nuestra virtud y nuestra felicidad." - Libro X, La República o el Estado.
Seguramente fue porque vivió en sus propias carnes los efectos de la democracia directa, y la vio caer ante el régimen de los Treinta Tiranos -algunos de ellos eran familiares suyos-, que entendió la inviabilidad de dicho sistema. Al menos, tomado como idílico. Y no solo vio la inviabilidad de la democracia; también la de la timocracia lacedemonia, la de la oligarquía y especialmente la de la tiranía. Fue a partir de aquí que comenzó a diseñar lo que debía ser un Estado ideal que consiguiera acabar con todas las problemáticas asociadas a los demás.
Habiendo ya divisado las partes que conforman el alma - la razón, el apetito sensitivo y la cólera-, y habiéndose percatado de la superioridad de la razón sobre las otras dos, no le costó visualizar el camino a seguir: el camino de la virtud y de la comprensión, el camino de la sabiduría y el conocimiento, el camino de la razón y la ciencia, el viaje de búsqueda de la verdad y de lo inmutable; de lo que es en sí y no de lo que es. Así pues, no podía confeccionar su Estado ideal de otra forma que no fuera una puramente racional, es decir, científica. Por lo tanto, encontramos en Platón la primera referencia a lo que es una sociedad científica o artificial, como la descrita por Bertrand Russell en "La Perspectiva Científica", en la que todos los aspectos de la sociedad han sido concienzudamente diseñados y planeados.
"¡Cómo! ¿No te haces cargo de lo ridículos que son todos estos sistemas que no están fundados en ningún principio cierto? Los mejores de ellos, ¿no son completamente oscuros? Y los hombres que por casualidad encuentran la verdad, pero sin poder dar razón de ella, ¿no se parecen a los ciegos que siguen el camino recto?" - Libro VI, La República o El Estado.
Todo el proyecto desarrollado por Aristocles comienza entorno a la discusión, puesta en boca de Sócrates, con el sofista Trasímaco y los dos hermanos de Platón, Glaucón y Adimanto, sobre el concepto de justicia. ¿Qué es la justicia? ¿Es mejor la justicia que la injusticia? Quién es más dichoso, ¿un hombre justo o uno injusto? Para resolver tales preguntas Sócrates se ve obligado a examinar el término de justicia en el seno de un Estado ideal, pues si es ideal ha de ser justo necesariamente, para luego, una vez resueltas las cuestiones, extrapolar las conclusiones a un individuo aislado. Dicho esto, deben embarcarse primero en la confección de lo que sería el Estado perfecto, la República, para poder hallar con más facilidad lo que es la justicia.
Lo que da origen a la formación de una sociedad son las necesidades de los hombres que se reúnen y se auxilian unos a los otros para poder tenerlas cubiertas. Hace falta que cada hombre se limite a un trabajo en concreto sin entrometerse en la tarea de los demás para que las cosas marchen correctamente; debe haber labradores, tejedores y arquitectos para que haya alimento, vestimentas y hogares. Para que cada uno de ellos pueda cumplir su función, además, hacen falta personas que se dediquen a producir las herramientas y el material necesario para que los primeros puedan desempeñar lo mejor posible sus oficios; hacen falta herreros, carpinteros, pastores, obreros... A estos se le añadirán los comerciantes encargados de la importación y la exportación, así como un número mayor de obreros y labradores destinados a crear el excedente necesario para poder exportar. Harán falta también un mercado y una moneda que permitan la interacción entre los miembros de la sociedad, mercaderes que regulen la oferta y la demanda y mercenarios que provean a la sociedad de su fuerza... De esta forma se va confeccionando un Estado de proporciones considerables.
Una vez las necesidades básicas estén cubiertas, se incorporarán todos aquellos oficios cuyo objetivo sea el de proveer comodidad y confort a los ciudadanos, permitiéndoles la vida agradable y gozosa propia de un Estado pleno y rebosante: mesas, camas, alimentos de todo tipo, metales preciosos, música y arte... Serán ciudadanos felices y moderados, con pocos hijos para mantener un buen nivel de vida. Un Estado de tal magnitud requiere de grandes terrenos y vastos recursos, por lo que serán inevitables las guerras con Estados vecinos por el control de las tierras. Es indispensable por lo tanto un ejército capaz de hacerse con ellas y de defender la integridad del territorio. Dicho ejército, encargado de repeler las amenazas y de llevar a cabo la expansión del Estado, estará constituido por los guardianes.
Debido a la importancia del oficio de los guardianes, estos deben disponer de las cualidades más adecuadas, que les hagan merecedores de ser considerados como tales. Al igual que un perro, deben ser feroces con sus enemigos, pero afables y apacibles con sus conciudadanos y amigos para evitar que actúen en su contra y se conviertan en tiranos. Han de ser fuertes y valientes, y además disponer del afán de adquirir conocimientos, es decir, de un carácter filosófico. Dichas características solo podrán alcanzarlas mediante el uso de la propaganda, o tal y como lo expresa Platón, una educación bien planeada, destinada a transformar a los niños más predispuestos en adultos capaces de mantener la estabilidad y la concordia en el Estado.
"Todo lo que nosotros les ordenamos aquí no es tan importante como pudiera imaginarse, no es nada. Interesa solamente salvar un punto, el único importante, o más bien, el único. [...] La educación de la juventud y de la infancia." - Libro IV, La República o el Estado.
Tanto el carácter como el comportamiento de los ciudadanos estará regido igualmente por la educación que reciban, que sin duda alguna deberá ser estricta y rigurosa:
"Por consiguiente, ésa será una razón más para someter muy en tiempo los juegos de los niños a la más severa disciplina, porque por poco que ésta llegue a relajarse y que nuestros niños se extravíen en este punto, es imposible que en la edad madura sean virtuosos y sumisos a las leyes. [...] Estar callado delante de los ancianos, levantarse cuando éstos se presentan, cederles siempre el puesto de honor, respetar a los padres, conservar el modo de vestir, de cortarse el pelo y de calzarse, todo lo relativo al cuidado del cuerpo y otras mil cosas semejantes. Todo esto, ¿no lo encontrarán por sí mismos? [...] Sería una locura hacer leyes sobre tales objetos. [...] Parece, mi querido Adimanto, que todas estas prácticas son un resultado natural de la educación, porque lo semejante, ¿no atrae siempre a su semejante?" - Libro IV, La República o El Estado.
La formación de los guardianes estará basada en la gimnasia y la música. Indirectamente, la gimnasia para entrenar el cuerpo y la música para entrenar la mente; directamente, ambos para formar el alma.
"Los dioses han hecho a los hombres el presente de la música y la gimnasia, no con objeto de cultivar el alma y el cuerpo (porque si este último saca alguna ventaja, es solo indirectamente); sino para cultivar el alma sola, y perfeccionar en ella la sabiduría y el valor, concertándolos, ya dándoles expansión, ya conteniéndolos dentro de justos límites." - Libro III, La República o El Estado.
Tanto una como la otra constituirán las bases de la propaganda de la República, y deberán ser siempre vigiladas con especial atención para que no se vea en peligro el orden de las cosas.
"Por lo tanto, para decirlo todo en dos palabras, los que hayan de estar a la cabeza de nuestro Estado vigilarán especialmente para que la educación se mantenga pura; y sobre todo, para que no se haga ninguna innovación ni en la gimnasia ni en la música; y si algún poeta dice:
Los cantos más nuevos son los que más agradan - Odisea, V, v.851.
no se crea que el poeta se refiere a canciones nuevas, sino a una manera nueva de cantar, y por lo mismo no deben aprobar semejantes innovaciones. No debe alabarse ni introducirse alteración ninguna de esta especie. En materia de música han de estar muy prevenidos para no admitir nada, porque corren el riesgo de perderlo todo, o como dice Damón, y yo soy en esto de su dictamen, no se puede tocar a las reglas de la música sin conmover las leyes fundamentales del gobierno. [...] Nuestros magistrados harán de la música, según mi parecer, la ciudadela del Estado." - Libro IV, La República o el Estado.
Una parte de la música son los discursos, y una clase de discursos son las fábulas. La educación de los niños por lo tanto se iniciará a partir de las fábulas, y será imprescindible por ende tener controlados a los autores de éstas para que escriban únicamente aquello que conviene al Estado.
"!Qué! ¿No sabes que lo primero que se hace con los niños es contarles fábulas, y que aun cuando se encuentre en ellas a veces algo de verdadero, no son ordinariamente más que un tejido de mentiras? Con ellas se entretiene a los niños hasta que se les envía al gimnasio. [...] Comencemos pues, ante todo por vigilar a los forjadores de fábulas. Escojamos las convenientes y desechemos las demás. En seguida comprometeremos a las nodrizas y las madres a que entretengan a sus niños con las que escojan, y formen a así sus almas con más cuidado aún que el que ponen para formar sus cuerpos. En cuanto a las fábulas que les cuentan hoy, deben desecharse en su mayor parte." - Libro II, La República o el Estado.
Las fábulas de Hesíodo y Homero deben ser desechadas porque no muestran a los héroes y los dioses tal y como deben ser. Los héroes y los dioses son los ídolos de las masas y actúan como modelos a seguir. Así pues, éstos deben representar todo aquello que se quiera inculcar en los ciudadanos; deben ser inmutables, perfectos, bellos, justos y buenos, dueños de sí mismos. No hay debilidades en los dioses, ni lágrimas ni lamentaciones, pues no debe haberlas en los guardianes. Los dioses no son corrompibles ni codiciosos, no son causa de mal alguno, dicen siempre la verdad - Segunda ley de la República - y deben llevarse bien unos con otros; jamás habrán de ser narradas historias que muestren disensiones y discordia entre ellos o bajeza de espíritu. Si los dioses no pueden estar cohesionados, mucho menos lo podrán estar los miembros del Estado y, más importante aún, sus guardianes.
"Que jamás se oiga decir entre nosotros que Juno fue aherrojada por su hijo y Vulcano precipitado del cielo por su padre, por haber querido socorrer a su mujer cuando éste la maltrataba, ni contar todos estos combates de los dioses inventados por Homero, haya o no alegorías ocultas en el fondo de estos relatos, porque un niño no es capaz de discernir lo que es alegórico de lo que no lo es, y todo lo que se imprime en el espíritu en esta edad deja rastros que el tiempo no puede borrar. Por esto es importantísimo que los primeros discursos que oiga sean a propósito para conducirle a la virtud. [...] Y si alguno hace una tragedia sobre las desgracias de Niobe, de los Pelópidas o de Troya, no le dejaremos decir que estas desgracias no son obra de Dios, sino, como antes dijimos, que si Dios es el autor, no ha hecho nada que no sea justo y bueno, y este castigo se ha convertido en provecho de los mismos que lo han recibido. Lo que no debe permitirse decir a ningún poeta es que aquellos a quienes Dios castiga son desgraciados; digan en buena hora que los malos son dignos de compasión por la necesidad que han tenido del castigo, y que las penas que Dios envía son un bien para ellos. Y cuando alguien diga delante de nosotros que Dios, que es bueno, ha causado mal a alguno, nos opondremos con todas nuestras fuerzas, si queremos que nuestra república esté bien gobernada: y no permitiremos ni a los viejos ni a los jóvenes decir ni escuchar semejantes discursos, estén en verso o en prosa, porque son injuriosos a Dios, perjudiciales al Estado y se destruyen por sí mismos. Por lo tanto, nuestra primera ley y nuestra regla tocante a los dioses será obligar a nuestros ciudadanos a reconocer, lo mismo cuando hablen que cuando escriban, que Dios no es el autor de todas las cosas, sino solo de las buenas. [...] Siempre que alguno hable de los dioses de esta manera le rechazaremos con indignación. No consentiremos tampoco tales discursos en bocas de los maestros encargados de la educación de los jóvenes a quienes queremos inspirar el respeto a los dioses, hasta hacerlos semejantes a ellos en cuanto lo consiente la debilidad humana." - Libro II, La República o el Estado.
Tampoco habrá horrores en los infiernos, ni personajes que inspiren terror y miedo a la muerte. Si los hubiera, los guardianes no podrían estar dispuestos a dar su vida por el Estado. Los guardianes, como los sabios, no pueden tener temor a perecer.
Será necesaria la templanza, una sumisión voluntaria de los súbditos hacia los que mandan y un control de la razón sobre los deseos y la parte irracional del alma, que se verá reflejada en la música y los escritos.
Tales escritos nunca deberán ser imitativos, es decir, los autores no han de hablar en nombre de otros ni de sus funciones sociales como si estuvieran dedicados a ellas. Los guardianes no deben ser imitadores, deben limitarse a la tarea de proteger el Estado, así que los discursos que lean o escuchen tampoco han de serlo. Si los guardianes fueran imitadores, podrían imitar todo lo que no es deseable que haga un guardián, hasta el punto de llegar a convertirse en la persona a la que están imitando y dejar de ser guardianes. Si se imita, que sea en todo caso a aquellos que hacen bien a su objetivo social. Los escritos serán entonces narraciones simples, y no han de existir ni la tragedia, ni la comedia ni la epopeya.
Lo mismo será aplicado, tanto en materia como en forma, al canto y la melodía. El contenido de las canciones dirigidas a los guardianes se regirá por las normas dictaminadas anteriormente, y será el determinante de la armonía y el número que se escojan. Las armonías predilectas son la frigia y la dórica, una para hacer fuerte y valiente el alma del guerrero, otra más tranquila para aludir a la moderación y la sabiduría. Respecto a los instrumentos utilizados, no deben tener un gran número de cuerdas ni una gran variedad de tonos, solo aquellos que son de interés para la formación del guerrero; la lira y el laúd para la ciudad, el caramillo para el campo.
"Nos interesa, por el contrario, buscar artistas hábiles, capaces de seguir la huella de la naturaleza de lo bello y de lo gracioso, a fin de que nuestros jóvenes, educados en medio de sus obras como en una atmósfera pura y sana, reciban sin cesar saludables impresiones por los ojos y por los oídos, y que desde la infancia se vean insensiblemente conducidos a imitar y amar lo bello, y a establecer entre éste y ellos mismos un perfecto acuerdo. [...] ¿No es por esta misma razón mi querido Glaucón, la música la parte principal de la educación, porque insinuándose desde muy temprano en el alma, el número y la armonía se apoderan de ella, y consiguen que la gracia y lo bello entren como un resultado necesario en ella, siempre que se dé esta parte de educación como conviene darla, puesto que sucede todo lo contrario cuando se la desatiende? Y también porque, educado un joven cual conviene, en la música, advertirá con la mayor exactitud lo que haya de imperfecto y de defectuoso en las obras de la naturaleza y del arte, y experimentará a su vista una impresión justa y penosa; alabará por la misma razón con entusiasmo la belleza y se formará por este medio en la virtud; mientras que en el caso opuesto mirará con desprecio y con una aversión natural lo que encuentre de vicioso; y como esto sucederá desde la edad más tierna, antes de que le ilumine la luz de la razón, apenas haya ésta aparecido, invadirá su alma, y él se unirá con ella mediante la relación secreta que la música habrá creado de antemano entre la razón y él. He aquí, a mi parecer, las ventajas que se buscan al educar a los niños en la música." - Libro III, La República o El Estado.
Respecto a la gimnasia, los guardianes se consagrarán a ella desde la infancia hasta el final de sus días. Como es lógico no podrán embriagarse. El entrenamiento al que deberán someterse debe ir orientado a hacerles duros y resistentes, pues deben vigilar durante todo el día. La dieta debe ser como la música, sencilla y sin gran variedad. Estando en disposición de la fuerza y pudiéndose convertir en tiranos, es conveniente que no tengan propiedades ni pertenencias y que la comida les sea dada por sus conciudadanos en recompensa por sus servicios. No tendrán casa y vivirán todos juntos a modo de comuna. Tampoco aceptarán ni desearán el oro y la plata terrestres, pues ya llevan oro y plata divinos en sus cuerpos que deben conservar bien puros. No tendrán bienes y sus intereses serán comunes, por lo que no habrá entre ellos disensiones. Los guerreros más bravos y predispuestos serán colmados de honores y ascendidos, mientras que los cobardes e indignos serán relegados a la clase de asalariados (labradores o artesanos) y dejados morir en manos de sus enemigos. Los muertos en batalla o los muertos por enfermedad o vejez más virtuosos serán considerados como héroes y pasarán a formar parte de la clase más alta, la raza de oro.
La visión de Sócrates (Aristocles) sobre el papel en la sociedad de las mujeres y los niños puede parecer bastante normal en un mundo globalizado, pero no lo era ni mucho menos entonces; en la República poco importa el sexo de la persona, puesto que lo que determinará el rol que juegue ésta en el Estado serán sus cualidades para el oficio al que esté más predispuesta. Así, mientras una mujer demuestre aptitud para con una tarea, aunque ésta se encuentre tradicionalmente vinculada a los hombres, no habrá razón por la cual denegarle el trabajo. Por lo tanto, en la República habrá tanto hombres guerreros como mujeres guerreras, si bien se tendrán en cuenta cómo influyen en cada caso las diferencias físicas entre machos y hembras. Del mismo modo habrá mujeres magistradas y mujeres dedicadas a la música, y en consecuencia, la educación y el trato que reciban serán los mismos que los hombres.
"Por consiguiente, si pedimos a las mujeres los mismos servicios que a los hombres, es preciso darles la misma educación. [...] Será preciso, por lo tanto, hacer que las mujeres se consagren al estudio de estas dos artes [la gimnasia y la música. Nota del autor], formarlas para la guerra, y tratarlas en todo como a los hombres. [...] Pero si se pusiera en práctica, parecería quizá una cosa ridícula, porque es opuesta a la costumbre. [...] Ya ves, mi querido amigo, que en un Estado no hay propiamente profesión que esté afecta al hombre o a la mujer por razón de su sexo, sino que, habiendo dotado la naturaleza de las mismas facultades a los dos sexos, todos los oficios pertenecen en común a ambos, sólo que en todos ellos la mujer es inferior al hombre. [...] Por lo tanto hay mujeres a propósito para vigilar y guardar el Estado, y otras que no lo son; porque, ¿no son la filosofía y el valor las dos cualidades que demandamos en nuestros guerreros? [...] La naturaleza de la mujer es tan propia para la guarda del Estado como la del hombre, y no hay más diferencia que la del más o el menos. [...] Éstas son las mujeres que nuestros guerreros deben escoger por compañeras y con las que deben compartir el cuidado de vigilar el Estado, porque son capaces de ello, y han recibido de la naturaleza las mismas disposiciones. [...] La ley que nosotros establezcamos, si es conforme a la naturaleza, no es ni una quimera, ni un vano deseo. Lo que verdaderamente choca con la naturaleza es el uso opuesto que se sigue hoy. [...] En cuanto al que se burle a la vista de las mujeres desnudas que ejercitan su cuerpo para un fin bueno, recoge fuera de sazón los frutos de su sabiduría; no sabe ni lo que hace, ni por lo que se ríe; porque hay y habrá siempre sazón para decir que lo útil es bello, y que sólo es feo lo que es dañoso." - Libro V, La República o El Estado.
Entre hombres y mujeres guerreras no se formarán unidades familiares. Serán todos para todos, independientemente del sexo. Las mujeres y los hijos serán comunes. Ni los hijos conocerán a sus padres, ni los padres a sus hijos. Conformarán una gran familia, unida y bien avenida. Solo será legítimo para las mujeres tener hijos entre los veinte y los cuarenta años, y para los hombres desde el fin de la adolescencia hasta los cincuenta y cinco; todo aquel que incumpla esta norma será considerado culpable de injusticia y sacrilegio.
No todos podrán tener hijos, pues la especie correría el riesgo de degenerar si procrearan más los más inferiores y defectuosos. Tampoco podrá haber hijos fruto del incensto, y puesto que ni los padres sabrán quiénes son su hijos, ni los hijos quiénes son sus padres, se considerarán como hermanos a todos los niños nacidos en un mismo período, como nietos a los hijos de éstos y como padres a todos los que procrearon entre siete y diez meses antes de la nueva hornada. En definitiva, es necesaria la aplicación por parte de los magistrados de medidas eugenésicas que permitan la excelencia de la raza humana:
"Es preciso, según nuestros principios, que las relaciones de los individuos más sobresalientes de uno y otro sexo sean muy frecuentes, y las de los individuos inferiores muy raras; además, es preciso criar los hijos de los primeros y no los de los segundos, si se quiere que el rebaño no degenere. Por otra parte, todas estas medidas deben ser conocidas sólo de los magistrados, porque de otra manera sería exponer el rebaño a muchas discordias." - Libro V, La República o El Estado.
Como un buen propagandista, Sócrates detesta la mentira, pero la cree necesaria cuando es de utilidad para el Estado. Será por lo tanto necesaria la divulgación de ciertas mentiras que permitan el buen funcionamiento de la República.
"La mentira, hablando con propiedad, es la ignorancia que afecta el alma del que es engañado; porque la mentira en las palabras no es más que una expresión del sentimiento que el alma experimenta; no es una mentira pura, sino un fantasma hijo del error. ¿No es cierto? [...] Pero ¿no hay circunstancias en que la mentira de palabra pierde lo que tiene de odioso, porque se hace útil? ¿No tiene su utilidad cuando, por ejemplo, se sirve uno de ella para engañar a su enemigo, y lo mismo a su amigo, a quien el furor y la demencia arrastran a cometer una acción mala en sí? ¿No es en este caso la mentira un remedio que se emplea para separarle de su designio? Y aun en la poesía, la ignorancia en que estamos en punto a los hechos antiguos, ¿no nos autoriza para acudir a la mentira que hacemos útil, dándole el colorido que la aproxime a la verdad?" - Libro II, La República o el Estado.
El uso de la mentira conlleva responsabilidad, por lo que debe estar en manos de aquellos que saben utilizarla adecuadamente para el bien común. La mentira entonces es herramienta exclusiva de la clase gobernante, los magistrados, y de ningún otro. Cualquier persona que no pertenezca a la clase de los magistrados tiene prohibido mentir, y será castigada si lo hace y es descubierta. Todo lo dicho implica la existencia de un monopolio sobre la información y el control sobre los medios de comunicación, como el que hay hoy en día, ejercido por los magistrados.
Una de estas mentiras que son de gran utilidad para el Estado tendrá por objetivo enmascarar la eugenesia y el control demográfico en la República, con tal de no crear malestar e inestabilidad entre la población.
"A lo siguiente: me parece que nuestros magistrados se verán obligados muchas veces a acudir a engaños y mentiras, consultando el bien de los ciudadanos, y hemos dicho en alguna parte que la mentira es útil cuando nos servimos de ella como remedio. [...] Habrá, pues, que instituir fiestas, donde reuniremos a los esposos futuros. Estas fiestas irán acompañadas de los convenientes himnos y sacrificios. Dejaremos a los magistrados el cuidado de arreglar el número de matrimonios, a fin de que haya siempre el mismo número de ciudadanos, reemplazando las bajas que produzcan la guerra, las enfermedades y los demás accidentes y que nuestro Estado, en cuanto sea posible, no sea ni demasiado grande ni demasiado pequeño. [...] En seguida se sacarán a los esposos, haciéndolo con tal maña, que los súbditos inferiores achaquen a la fortuna y no a los magistrados lo que les ha correspondido. [...] En cuanto a los jóvenes que se hayan distinguido en las guerras o en otras cosas, se les concederá, entre otras recompensas, el permiso de ver con más frecuencia a las mujeres." - Libro V, la República o El Estado.
En cuanto al cuidado y la educación de los niños, quedará al cargo tanto de hombres como mujeres. Se educarán a parte los hijos de los mejores ciudadanos, y se recluirán en algún lugar oculto a los hijos de los inferiores, así como a los deformes y defectuosos:
"- Llevarán al redil común los hijos de los mejores ciudadanos, y los confinarán a ayas, que habitarán en un cuartel separado del resto de la ciudad. En cuanto a los hijos de los súbditos inferiores, lo mismo que respecto los que nazcan con alguna deformidad, se los ocultará, pues así es conveniente, en algún sitio secreto que estará prohibido revelar.
- Es el medio de conservar en toda su pureza la raza de nuestros guerreros." - Libro V, La República o El Estado.
El Estado debe ser dichoso en su conjunto, por lo que el sufrimiento necesario de los niños inferiores o de los guerreros, los cuales habrán sido correctamente instruidos para que lo soporten y amen, no altera la felicidad de la República tomada en su conjunto.
"Nuestra tarea consiste en fundar un gobierno dichoso, a nuestro parecer por lo menos, un Estado en el que la felicidad no sea patrimonio de un pequeño número de particulares, sino común a toda la sociedad." - Libro IV, La República o el Estado.
Otra de estas mentiras útiles para la sociedad es la que permitirá la cohesión entre ciudadanos y la aceptación por parte de cada uno de ellos de su rol y posición en el Estado. Esta mentira será explicada en forma de fábula y consiste en primer lugar en el patriotismo, en considerar la tierra en la que se hallan como su madre, y a los demás ciudadanos como sus hermanos. En segundo lugar se hablará de la implicación de Dios en su creación como seres humanos, el cual introdujo el oro en la composición de los que deben ser magistrados, la plata en los guerreros y el hierro y el bronce en los labradores y demás artesanos. Cada niño puede nacer independientemente de la composición del alma de sus padres con una composición de oro, plata, bronce o hierro. Será una tarea de los magistrados, encomendada por Dios, identificar la composición del alma de cada uno y asignarle en consecuencia una educación y un papel determinados. El oráculo dice que la república perecerá cuando sea gobernada por el bronce o por el hierro, por lo que es de vital importancia que los gobernantes no erren en su trabajo, y que cada cual asuma su oficio. Quizá no sea posible convencer a las personas con esta fábula, pero si "se podrá conseguir de sus hijos y de todos los que después nazcan" (Libro III).
En la República, como en el Estado Mundial, la unidad y la interdependencia es crucial. Es por eso mismo que en el Estado todo será común, evitando así las bajezas cometidas por los ciudadanos en otros sistemas. La vida, como las funciones públicas, ha de ser común entre hombres y mujeres, y la educación de los niños deber recaer sobre ambos. Debe prevalecer la vida en comunidad; Uno para todos, todos para uno.
"¿No es el mayor mal de un Estado lo que le divide, haciendo de uno solo muchos?; y su mayor bien, por el contrario, ¿no es el que liga todas sus partes, haciéndole uno? [...] ¿Y qué cosa más propia para formar esta unión que la comunidad de placeres y de penas entre todos los ciudadanos, cuando todos se regocijan con las mismas felicidades y se afligen con las mismas desgracias? [...] Quitad esta distinción, y suponed a todos atraídos hacia unas mismas cosas; ¿no gozará el Estado entonces de una perfecta armonía? [...] ¿Por qué? Porque todos sus miembros no constituirán, si puede decirse así, más que un solo hombre. Cuando hemos recibido una herida en el dedo, en el momento el alma, en virtud de su unión con el cuerpo, lo advierte y el hombre entero se aflige del mal de una de sus partes, y así se dice de un hombre que tiene un dedo malo.[...] Que un particular experimente algo bueno o malo; todo el Estado lo sentirá y lo compartirá, porque siempre se regocijará y se afligirá con él." - Libro V, la República o El Estado.
La unidad marcará el límite a la expansión del Estado, que será efectuada por los guerreros. La República deberá crecer tanto como pueda, siempre y cuando no se altere la unión entre sus miembros; para que "no haya ni muchos ciudadanos en un solo ciudadano, ni muchos Estados en un solo Estado" (Libro IV). Las guerras solo se considerarán como tales cuando se lleven a cabo contra los bárbaros. Por el contrario, al igual que el conflicto entre la URSS y EE.UU, o entre Eurasia (Rusia), Estasia (China) y Oceanía (Occidente), los conflictos entre ciudades griegas se considerarán una mera discordia entre amigos que algún día han de reconciliarse.
"La enemistad entre allegados se llama discordia; entre extraños, se llama guerra. [...] ¿No deberían tratarlos como amigos [A los griegos derrotados. Nota del autor] con los que no han de sostener una guerra perpetua, y con quienes han de reconciliarse algún día? [...] Esa manera de obrar es mucho más conforme con la humanidad que la primera." - Libro V, La República o El Estado.
El amor sensual, el placer más grande y vivo de todos, no será admitido socialmente, pues un amor que no está sujeto a la razón no es ni sabio ni arreglado a lo bello y honesto. Las relaciones de afecto entre el que ama y lo amado serán pues como las de un padre y su hijo.
En cuanto a la medicina, estará dedicada al cuidado de aquellos con cuerpo sano y alma bella. Puesto que los ciudadanos estarán bien educados y sabrán cuidar de sí mismos, no harán falta los médicos más que para dolencias leves y pasajeras. Pues si la dolencia es grave e incurable, no es conveniente ni para el Estado ni para el paciente tratar de prolongar la vida del sujeto haciéndola desgraciada y penosa. Los discípulos de Esculapio deberán ser virtuosos, poseedores no solo de un gran conocimiento sino de una gran experiencia. Lo mismo para los jueces, que han de haber sido siempre buenos y puros a pesar de estar expuestos a la tentación tendida por los malos más astutos.
"Por consiguiente, establecerás en nuestra república una medicina y una jurisprudencia que sean como acabamos de decir, y que se limiten al cuidado de los que han recibido de la naturaleza un cuerpo sano y una alma bella. En cuanto aquellos cuyo cuerpo está mal construido, se los dejará morir, y se castigará con la muerte a aquellos cuya alma es naturalmente mala e incorregible. [...] Es evidente que nuestros jóvenes, educados en los principios de esta sencilla música que hace nacer en el alma la templanza, obrarán de manera que no tendrán necesidad de los jueces. [...] Y que si observan las mismas reglas respecto de la gimnasia, podrán pasarse sin médicos, fuera de los casos de necesidad." - Libro III, La República o El Estado.
Acerca de la danza, de la caza, de los combates ecuestres y gimnásticos, deberán regirse según los principios ya acordados.
Se trata en definitiva de una sociedad científica, por lo que los políticos no tienen cabida en ella:
"No te irrites contra nuestros políticos; son las gentes más divertidas del mundo con sus reglamentos, que modifican sin cesar, persuadidos de que remediarán así los abusos que se infiltran en las relaciones de la vida sobre todos los puntos que he hablado. No pueden imaginarse que realmente no hacen más que cortar las cabezas de una hidra." - Libro IV, La República o El Estado.
La República quedará a cargo de los ancianos más cualificados (cincuenta años o más), pues no hay nadie mejor que ellos para guardar el Estado. Los magistrados, o salvadores y defensores del pueblo, o "guardadores del mismo rebaño" (Libro V), serán educados también desde su infancia, primero en la música y luego en la gimnasia. Deben tener energía, prudencia y celo por el bien público. Se escogerán como guardadores a aquellos que pasen todas las pruebas de seducción y engaño, de combates, trabajos y dolor a las que serán sometidos a lo largo de su vida, que se hayan mantenido siempre fieles a su deber y nunca hayan actuado en contra de los intereses del Estado.
"Si, atentos siempre a vigilarse a sí mismos y sin olvidar las lecciones de la música que han recibido, hacen ver en toda su conducta que su alma se arregla según las leyes de la medida y de la armonía; en una palabra, que son tales como deben ser para servir eficazmente a su patria y para ser útiles a sí mismos, haremos jefe y guardador de la república al que, en la infancia, en la juventud y en la edad viril, haya pasado por todas estas pruebas y salido de ellas puro; le colmaremos de honores durante su vida, y le levantaremos, después de su muerte, un magnífico mausoleo con todos los demás monumentos a propósito para perpetuar su memoria." - Libro III, La República o el Estado.
Como los guerreros y el resto de ciudadanos, todos pertenecerán a todos, y constituirán una gran familia. El puesto de magistrado será otorgado a los filósofos, es decir, a aquellos que aman la ciencia y la sabiduría, "aquellos que se consagran a la contemplación de la esencia de las cosas" (Libro V):
" - Pero el que lleva de frente todas las ciencias con un ardor igual, que desearía abrazarlas todas y que tiene un deseo insaciable de aprender, ¿no merece el nombre de filósofo? ¿Qué piensas de esto? [...]
- Entonces, ¿quiénes son, en tu opinión, los verdaderos filósofos?
- Los que gustan de contemplar la verdad. [...]
- ¿Qué significa la vida de un hombre que conoce en verdad las cosas bellas, pero que no tiene ninguna idea de la belleza en sí misma, ni es capaz de seguir a los que quieren hacérsela conocer? ¿Es un sueño? [...]
- Sí, eso es lo que yo llamaría un sueño. [...]
- Por el contrario, el que puede contemplar la belleza, sea en sí misma, sea en lo que participa de su esencia, que no confunde lo bello y las cosas bellas, y que no toma jamás las cosas bellas por lo bello, ¿vive como un sueño o en una realidad?
- Vive en la realidad.
- Los conocimientos de éste, fundados en una vista clara de los objetos, son una verdadera ciencia; y los de aquél, que sólo descansan en la apariencia, no merecen otro nombre que el de opinión." - Libro V, La República o El Estado.
Serán instruidos por lo tanto en la guerra y en un gran número de ciencias, y ejercitarán el alma del mismo modo que el cuerpo, hasta alcanzar su máxima grandeza.
"Convengamos, por lo pronto, en que el primer signo del espíritu filosófico es amar con pasión la ciencia, que puede conducirle al conocimiento de esta esencia inmutable, inaccesible a las vicisitudes de la generación y de la corrupción. [...] Examina después si no es necesario que los que hayan de ser como hemos dicho, estén dotados de esta otra condición: [...] El horror a la mentira, a la que negarán toda entrada en el alma, al paso que habrán de tener un amor igual por la verdad. [...] Por consiguiente, el espíritu verdaderamente ávido de ciencia, debe, desde la primera juventud, amar y buscar la verdad. [...] Por consiguiente, aquel cuyos deseos se dirigen hacia las ciencias sólo gusta de los placeres puros, que pertenecen al alma. Respecto a los del cuerpo, los desdeña, si no es filósofo en el nombre y sí en la realidad. [...] Un hombre de tales condiciones es templado y enteramente extraño a la concupiscencia. [...] Pero ¿crees que un alma grande, que abraza en su pensamiento todos los tiempos y todos los seres, mire la vida del hombre como cosa importante? [...] Luego el alma de este temple, no temerá a la muerte." - Libro VI, La República o El Estado.
Las ciencias a las que habrán de ejercitarse junto a los guerreros para llevar su alma a lo más alto serán las ciencias puras, aquellas que la vuelven hacia la contemplación del ser: la aritmética y el cálculo, la geometría -"que tiene por objeto el conocimiento de lo que existe siempre, y no de lo que nace y perece"(Libro VII) -, la ciencia dedicada a los sólidos, la astronomía -dedicada a los sólidos en movimiento-, la música -la hermana de la astronomía- y, finalmente, la dialéctica (a la que se consagraran únicamente los filósofos).
"El estudio de estas ciencias de que hemos hablado produce el mismo efecto. Eleva la parte más noble del alma hasta la contemplación del más excelente de los seres; como en el otro caso, el más penetrante de los órganos del cuerpo se eleva a la contemplación de lo más luminoso que hay en el mundo material y visible." - Libro VII, La República o El Estado.
Tendrán que dedicarse a ellas, libremente, por puro amor al conocimiento, sin ningún tipo de trabas o coacción:
"Porque un espíritu libre no debe aprender nada como esclavo. Que los ejercicios del cuerpo sean forzosos o voluntarios, no por eso el cuerpo deja de sacar provecho; pero las lecciones que se hacen entrar por fuerza en el alma no tienen en ella ninguna fijeza. [...] No emplees la violencia con los niños cuando les das las lecciones; haz de manera que se instruyan jugando, y así te pondrás mejor en situación de conocer las disposiciones de cada uno." - Libro VII, La República o El Estado.
Serán hombres y mujeres que ya desde pequeños muestren gran curiosidad y pasión por adquirir conocimiento, que tiendan a contemplar y observar las cosas, con vista panorámica, que presenten gran facilidad para aprender y memorizar, sin bajezas de ningún tipo, vivos de espíritu y de carácter firme, valientes, incorruptibles, templados y dueños de sí mismos. Así serán los hombres que deben llevar el timón. Será trascendental su educación y su entorno, pues de un alma grande tanto pueden salir los mejores bienes como los peores males; a diferencia de las almas vulgares, de las cuales "puede decirse que jamás harán ni mucho bien ni mucho mal" (Libro VI).
"Por lo tanto, el filósofo, gracias a la estrecha relación en que vive con los objetos divinos, entre los que reina un orden inmutable, se hace un hombre divino y ajustado en todas sus acciones; en cuanto lo consiente la debilidad humana, porque en el mundo no hay nada que no tenga algo que reprender. [...] Si algún motivo poderoso le obligase a no limitar sus cuidados a su propia perfección, y sí a hacerlos extensivos al gobierno y a las costumbres de sus semejantes, introduciendo el orden que ha admirado en la esencia de las cosas, ¿crees tú que será un mal maestro en todo lo relativo a la templanza, justicia y demás virtudes civiles? [...] Pero si el pueblo llega a penetrarse una vez de la verdad de lo que decimos de los filósofos, ¿se irritará contra ellos y rehusará creer con nosotros que un Estado no puede ser dichoso, a menos que el plan del mismo sea trazado por estos artistas según el modelo divino, que constantemente tienen en vista? [...] Te suplico que observes cuán corto será su número, porque raras veces sucede que las cualidades que en nuestra opinión deben entrar en el carácter del filósofo se encuentren reunidas en un solo hombre, porque por lo ordinario se reparten entre muchos." - Libro VI, La República o el Estado.
El conocimiento más sublime al que deben aspirar estos hombres es la idea de bien, pues es la que da utilidad a la justicia y las demás virtudes. Si los magistrados no alcanzan a conocer esta idea, y unen dicho conocimiento a la idea de lo bello y de lo justo, el Estado jamás podrá ser gobernado correctamente.
"Y el sol, que no es la vista, pero que es el principio de ella, es percibido por la misma. [...] Pues ten en cuenta que cuando hablo de la producción del bien, es del sol que quiero hablar. El hijo tiene una perfecta analogía con su padre. El uno es en la esfera visible con relación a la vista y a sus objetos lo que el otro es en la esfera ideal con relación a la inteligencia y a los seres inteligibles. [...] Sabes que cuando se dirige la vista a objetos que no están iluminados por el sol y sí sólo por los astros de la noche, apenas se los puede distinguir; parece uno casi ciego, y la vista no está clara. [...] Pero cuando se miran los objetos iluminados por el sol, se los ve distintamente y la vista es muy clara. [...] Lo mismo sucede respecto el alma. Cuando fija sus miradas en objetos iluminados por la verdad y por el saber, los ve claramente, los conoce y muestra que está dotada de inteligencia; pero cuando vuelve sus miradas sobre lo que está envuelto en tinieblas, sobre lo que nace y perece, su vista se turba, se oscurece, y ya no tiene más que opiniones, que mudan a cada momento; en una palabra, parece completamente privada de inteligencia. [...] Indudablemente tú crees como yo, que el sol no sólo hace visibles las cosas que lo son, sino que les da también la vida, el crecimiento y el alimento, sin ser él mismo nada de todo esto. [...] Lo mismo puedes decir que los seres inteligibles no sólo reciben del bien su inteligibilidad, sino también su ser y su esencia, aunque el bien mismo no sea esencia; sino una cosa muy por encima de la esencia en razón de dignidad y de poder." - Libro VI, La República o El Estado.
Alegóricamente, el mundo visible equivale a una caverna, en la que permanecen atados por el cuello y las piernas la práctica totalidad de las personas, viendo pasar desde su nacimiento las sombras proyectadas por hombres que transitan sin ser vistos detrás de ellos; El fuego que permite proyectar dichas sombras corresponde a la imagen del Sol. El mundo exterior que jamás verán los esclavos que habitan en la caverna equivale al mundo de las ideas, a la región supraceleste, a las Islas Afortunadas, al mundo de la ciencia y del conocimiento, de las cosas en sí y no de su apariencia; el Sol que ilumina el mundo exterior corresponde en cambio a la idea de bien, idea que da sentido al resto de ideas y que es más bella que ninguna otra.
"Y bien, mi querido Glaucón, ésta es precisamente la imagen de la condición humana. El antro subterráneo es este mundo visible; el fuego que le ilumina es la luz del sol; este cautivo, que sube a la región superior y que la contempla, es el alma que se eleva hasta la esfera inteligible. He aquí, por lo menos, lo que yo pienso, ya que quieres saberlo. Sabe Dios si es conforme a la verdad. [...] En los últimos límites del mundo inteligible está la idea de bien, que se percibe con dificultad; pero una vez percibida no se puede menos de sacar la consecuencia de que ella es la causa primera de todo lo que hay de bello y de bueno en el Universo. [...] Admito, por lo tanto, y no te sorprenda, que los que han llegado a esta sublime contemplación, desdeñan tomar parte en los negocios humanos, y sus almas aspiran sin cesar a fijarse en este lugar elevado. Así debe suceder si es que ha de ser conforme con la pintura alegórica que yo he trazado.[...] ¿Es extraño que un hombre, al pasar de esta contemplación divina a la de los miserables objetos que nos ocupan, se turbe y parezca ridículo, cuando antes de familiarizarse con las tinieblas que nos rodean, se vea precisado a entrar en discusión ante los tribunales o en cualquier otro paraje sobre sombras y fantasmas de justicia y explicar cómo él las concibe delante de personas que jamás han visto la justicia en sí misma?" - Libro VII, La República o El Estado.
A los filósofos encargados de la guarda del Estado se les educará para que puedan alcanzar la región superior. Pero una vez lo consigan, serán obligados a descender de nuevo a las tinieblas de la caverna para desempeñar las funciones públicas que les han sido asignadas. Puesto que la felicidad debe recaer sobre toda la sociedad y no sobre un pequeño grupo de hombres, deberán sacrificarse por el Estado al igual que los guerreros. Descenderán a la gruta en compensación por la educación recibida, y porque entenderán que ese es el rol social que ellos deben jugar.
"Como los filósofos no gobiernen los Estados, o como los que hoy se llaman reyes y soberanos no sean verdaderos filósofos, de suerte que la autoridad pública y la filosofía se encuentren juntas en el mismo sujeto, y como no se excluyan absolutamente del gobierno tantas personas que aspiran hoy a uno de estos dos términos con exclusión del otro; como todo esto no se verifique, mi querido Glaucón, no hay remedio posible para los males que arruinan los Estados ni para los del género humano; ni este Estado perfecto, cuyo plan hemos trazado, aparecerá jamás sobre la tierra, ni verá la luz del día." - Libro V, La República o El Estado.
El Estado perfecto, pues, ya ha quedado conformado. No será posible plasmarlo en la realidad al pie de la letra, pero probablemente sí de una forma similar a la descrita.
"No exijas, por tanto, de mí que realice con una completa precisión el plan que he trazado; y si puedo hacer ver cómo un Estado puede ser gobernado de una manera muy aproximada a lo que he dicho, confiesa entonces que he probado, como me exiges, que nuestro Estado no es una quimera." - Libro V, la República o El Estado.
Para llevarlo a cabo, se procederá de la siguiente forma:
"Relegarán al campo a todos los ciudadanos que pasen de diez años; y después de haber, de esta suerte, sustraído al influjo de las actuales costumbres a los hijos de estos ciudadanos, los educarán conforme a sus propias costumbres y a sus propios principios que son los que nosotros hemos expuesto antes. Por este medio establecerán en el Estado, en poco tiempo y sin dificultad, el gobierno de que hemos hablado, y le harán muy dichoso." - Libro VII, La República o El Estado.
La República está definida por cuatro virtudes: la prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia. Es prudente, ya que está dirigida científicamente por los magistrados y el buen consejo;
"La prudencia reina en nuestro Estado, porque el buen consejo reina en él; ¿no es así? [...] No es menos claro que la ciencia presida a este buen consejo, puesto que no es la ignorancia sino la ciencia la que enseña a dictar medidas justas. [...] ¿Hay en el Estado que acabamos de formar una ciencia que resida en algunos de sus miembros y cuyo fin es deliberar, no sobre alguna arte del Estado, sino sobre el Estado todo y sobre su gobierno, tanto interior como exterior? [...] Es la que tiene por objeto la conservación del Estado, y reside en aquellos magistrados que están encargados de su guarda.[...] En general, de todos los cuerpos que toman su nombre de la profesión que ejercen, ¿no será el cuerpo de los magistrados el menos numeroso?" - Libro IV, la República o El Estado.
Es fuerte, porque es defendida por guardianes bien instruidos; es templada, pues hay una sumisión voluntaria hacia los magistrados y una aceptación del rol social de cada uno;
"Pero con respecto a los sentimientos sencillos y moderados, fundados sobre opiniones exactas y gobernados por la razón, solo se encuentran en un pequeño número de persona, que unen a un extenso natural una excelente educación. [...] Pero, ¿no ves al mismo tiempo que en nuestro Estado los deseos y las pasiones de la multitud, que es la parte inferior, serán arreglados y moderados por la prudencia y la voluntad del pequeño número, que es el de los sabios? [...] Si de alguna sociedad puede decirse que es dueña de sí misma, de sus placeres y de sus pasiones, es preciso decirlo de ésta. [...] Y si hay alguna sociedad en la que los magistrados y los súbditos tengan la misma opinión acerca de los que deben mandar, es seguramente la nuestra. ¿Qué te parece? [...] De manera que puede decirse con razón que la templanza consiste en este buen acuerdo, y que es una armonía establecida por la naturaleza entre la parte superior y la parte inferior de una sociedad o de un particular, para decidir cuál es la parte que debe mandar a la otra." - Libro IV, La República o El Estado.
Finalmente es justa, incluso desconociendo todavía la definición de justicia, porque un Estado ideal ha de ser justo. Vistas la prudencia, la fortaleza y la templanza, la justicia debe ser entonces el principio ya descrito desde el inicio que permite al Estado ser perfecto: que cada uno se limite a su oficio sin acaparar el de los demás. Si no fuera así, devendría el caos y el derrumbamiento de la sociedad.
"Y así esta virtud, que contiene a cada uno en los límites de su propia tarea, no contribuye menos a la perfección de la sociedad civil que la prudencia, la fortaleza y la templanza. [...] Y esta virtud, que unida a las demás asegura el bien del Estado, ¿no es la justicia? - Libro IV, La República o El Estado.
Habiendo encontrado al fin qué es la justicia y cómo es una sociedad justa, llega el momento de indagar cómo es un hombre justo y averiguar luego si es cierto que es menos dichoso que el injusto. Si el Estado está compuesto de tres virtudes, la prudencia, el valor y la templanza, el alma del hombre también debe disponer de tres partes: la razón, la cólera y el apetito sensitivo. Según que parte predomine más sobre el alma, los hombres pueden clasificarse en filosóficos, ambiciosos o interesados, respectivamente.
"La primera de estas partes es aquella por la que el hombre conoce; la segunda es aquella por la que el hombre se irrita; la tercera tiene demasiadas formas para que pueda ser comprendida bajo un nombre en particular; pero ya la hemos designado por lo más notable y por lo que más predomina en ella. La hemos llamado apetito concupiscible a causa de la violencia de los deseos que nos arrastran a comer, beber, al amor y a los demás placeres de los sentidos; y la hemos llamado amiga de las riquezas, porque el dinero es el medio más eficaz para satisfacer esta clase de deseos." - Libro IX, La República o El Estado.
Según la definición de justicia concebida, el hombre justo ha de ser aquél que tenga las tres partes de su alma bien arregladas y ordenadas, con templanza, y que ninguna de ellas se extralimite en sus funciones.
Si en la República la clase dirigente son los magistrados, y son ellos porque disponen de la prudencia, el alma del hombre debe de estar gobernada igualmente por la razón, que alberga la prudencia y corresponde a la parte superior. Las otras dos partes, inferiores, han de estar sometidas a la primera. Es decir; el hombre justo, como los filósofos, es aquel que es dueño de sí mismo. Todo lo que ayude a mantener el orden preestablecido, tanto en el Estado como en el alma del particular, serán por lo tanto, acciones bellas y justas.
Para descubrir qué clase de hombre es más dichoso y más útil, habrá que comparar los distintos tipos de hombre y, siguiendo el mismo método aplicado, habrá que analizar antes las distintas clases de Estado -puesto que éstos están constituidos por personas- que los representan: la aristocracia y la monarquía, la timocracia, la oligarquía, la democracia y la tiranía. El mejor modelo de Estado, el Estado más deseable, corresponderá sin duda al tipo de hombre más deseable.
La aristocracia y la monarquía son el sistema propio de la República, que es buena y justa. Ésta se desmoronará en el momento en que aparezca una generación de magistrados incapaces de discernir entre la raza de oro, de plata, de bronce y hierro. Mezclándose unas con otras, reinará la discordia y devendrá la escisión: el bronce y el hierro tratarán de apoderarse de tierras y riquezas, mientras que el oro y la plata harán uso de la fuerza y se acabarán por repartirse el territorio convirtiendo en esclavos al resto de ciudadanos. Todo esto resultará en un tipo de Estado como el de Creta o Esparta, la timocracia o timarquía, donde quedarán preservados el respeto a los magistrados y la cultura de los guerreros. Por otro lado los magistrados ya no serán sabios, sino gentes poco ilustradas ansiosas de guerras y oro, por lo que se dejará a un lado la dialéctica y se dará preferencia a la gimnasia en detrimento de la música. Este Estado corresponde a la imagen de un joven ambicioso y celoso, que ha decidido optar por un término medio entre la pasividad y la razón a las que alude su padre y la cólera y los deseos a los que aluden su madre y los criados.
En la timarquía el amor por el lujo y las riquezas va incrementándose poco a poco, hasta el punto que se acaba tomando mayor estima a los hombres ricos que a los hombres de bien. Los ciudadanos se van volviendo avaros y el desprecio a los pobres se hace patente. Al fin el poder acaba recayendo legalmente sobre los que superan una cuota de renta determinada, constituyéndose la oligarquía. Este gobierno es incapaz, puesto que el nivel de riqueza no determina los conocimientos ni la experiencia requeridos para dirigir un Estado; está dividido, pues los pobres se encuentran enfrentados con los ricos; no tiene capacidad para defenderse, ya que ello requeriría armar a los pobres; es injusto y caótico, pues cada cual realiza múltiples funciones; y lo más grave de todo, la gran libertad para comprar y vender que permite que los ricos acaparen todos los bienes. La inmensa pobreza, además, engendra abundantes zánganos con aguijón, es decir, malhechores, que trastornan la sociedad. La oligarquía representa la imagen de un joven que, ante el fracaso rotundo de su padre, se refugia en el acúmulo insensato de riquezas. Es codicioso, ambicioso, avaricioso, sórdido; en él el deseo de atesorar cuanto le sea posible, que prevalece sobre todos los demás, tiene el control sobre la razón y el valor, que se ven suprimidos. Exteriormente en cambio, parece mucho más moderado y dueño de sí mismo que la mayoría.
El descontento entre los pobres y los zánganos con aguijón contra los ricos es lo que pierde a la oligarquía. La infelicidad general actúa como caldo de cultivo para que fuerzas externas promuevan la revolución del pueblo con el fin de derrocar a la clase dirigente, abriendo paso así a la democracia. La democracia es una forma de gobierno muy tentadora; en ella se respira libertad por todas partes. Con tal de que quién mande se diga trabajar en pro del bien público y para el pueblo, ya es suficiente para que se mantenga en el poder, aún sin estar capacitado para ello. Este sistema representa la imagen de un joven mal educado, hijo de un oligarca, que adquiere características típicas de los zánganos y empieza a codearse con ellos; en lugar de mirar los deseos necesarios como su padre, coge gusto por los deseos superfluos y, tras establecer una especie de equilibrio entre ellos, se dedica a satisfacer uno tras otro. Alberga toda clase de costumbres y caracteres, al igual que el Estado democrático alberga todas las clases de gobierno.
Pero a la democracia le ocurre lo mismo que a la oligarquía con las riquezas; pretende alcanzar una libertad sin límites. La igualdad extrema hace confundir el pueblo con los magistrados y el respeto hacia éstos se pierde; los padres quedan al nivel de los hijos, los ancianos al de los jóvenes, los maestros al de los alumnos, y los dueños al de sus perros. A la menor apariencia de coacción, las masas se sublevan y las leyes dejan de obedecerse; todo este caos da lugar a la tiranía. A la libertad más extrema, le sigue la más extrema de las servidumbres.
Los aduladores del pueblo, que están al poder, se encargan de dar miel a los zánganos, con tal de mantenerlos a su lado y echarlos como perros de caza a por sus enemigos. Mediante calumnias hacen cargar a la multitud contra los ricos y los desposeen de sus bienes, culpándoles de conspiradores y mostrándoles como oligarcas que intentan arrebatar las libertades al pueblo. Así se forma una verdadera facción oligárquica, que se ve obligada a defenderse y que entra en guerra abierta con los protectores del pueblo, futuros tiranos.
"Cuando el protector del pueblo, encontrando a éste completamente sumiso a su voluntad, empapa sus manos en la sangre de sus conciudadanos; cuando en virtud de acusaciones calumniosas, que son demasiado frecuentes, arrastra a sus adversarios ante los tribunales y hace que expiren en los suplicios, bañando su lengua y su boca impía en la sangre de sus parientes y de sus amigos diezma el Estado, valiéndose del destierro y de las cadenas, y propone la abolición de las deudas y una nueva división de tierras, ¿no es para él una necesidad el perecer a manos de sus enemigos o hacerse tirano del Estado y convertirse en lobo? [...] Ya le tienes aquí en guerra abierta con los que poseen grandes bienes. [...] Y si se consiguiese expulsarlo, y volviese a pesar de sus enemigos, ¿no vendrá hecho un tirano completo? [...] Pero si los ricos no pueden echarlo ni hacer que le condenen a muerte, acusándole delante del pueblo, naturalmente conspirarán sordamente contra su vida. [...] Entonces el hombre ambicioso, que ha llegado a este punto extremo, aprovecha la ocasión para hacer al pueblo una petición. Le pide una guardia para proteger al defensor del pueblo. [...] Cuando las cosas llegan a este punto, todo hombre que posee riquezas y que por esta razón pasa por enemigo del pueblo, toma para sí el oráculo dirigido a Creso:
Huye hacia el río Hermos, de lecho pedregoso y no teme la tacha de cobardía.
En cuanto al protector del pueblo, no creas que se duerme en medio de su poderío; sube descaradamente al carro del Estado, destruye a derecha e izquierda a todos aquellos de quienes desconfía, y se declara abiertamente tirano." - Libro VIII, La República o El Estado.
El tirano, los primeros días se mostrará amable y gracioso con todos; repartirá tierras, cancelará deudas, hará grandes promesas... Una vez consiga el poder y esté estabilizado, se embarcará en guerras para que haya la necesidad de un jefe. Mantendrá así ocupadas a sus gentes, empobrecidas por los impuestos, que no podrán conspirar contra él. Podrá también de esta forma aniquilar a los más rebeldes, dejándolos morir en manos enemigas. Y con el tiempo, cuando empiece a oír críticas de sus más allegados, que le ayudaron a subir al poder, no tardará en deshacerse de ellos. Su crueldad le obligará a servirse de una guardia que le defienda, conformada por esclavos liberados que no le sean infieles. El elevado costo de su guardia le obligará a saquear templos en primer lugar, y cuando éstos no le sean suficientes, se verá forzado a imponer altas contribuciones al mismo pueblo que le puso a cargo del Estado. Cuando el pueblo, su padre, se canse de alimentar al tirano, éste no tendrá problemas en recurrir a la violencia, convirtiéndose así en un parricida.
"¿Se atrevería el tirano a emplear la violencia con su padre, y hasta maltratarle si no cedía? [...] ¿El tirano es, por consiguiente, un hijo desnaturalizado, un parricida? Y he aquí que hemos llegado a lo que todo el mundo llama tiranía. El pueblo, queriendo evitar, como suele decirse, el humo de la esclavitud de los hombres libres, cae en el fuego del despotismo de los esclavos, y ve que la servidumbre más dura y más amarga sucede a una libertad excesiva y desordenada." - Libro VIII, La República o El Estado.
La tiranía representa la imagen de un joven, hijo de un zángano democrático, que se deja llevar por los placeres más superfluos y dedica su vida en saciarlos, creyéndose por ello libre. Gobernado por el tirano del alma, gastará su dinero en continuas fiestas y en juego, hasta quedarse sin nada. Este zángano, armado con aguijón por su ambición, acudirá entonces a sus padres y amigos y les arrebatará del modo que haga falta todos sus bienes con tal de satisfacer sus caprichos. Cuando ya nada le quede, se verá obligado a robar y a cometer los más horribles crímenes, perdiendo al fin todo ápice de honor y probidad. El Estado, dirigido por un hombre así, es mejor que no trate de oponer resistencia si no quiere acabar como los padres del joven.
La tiranía es el peor de los Estados, es el Estado más esclavo que puede haber; está dirigido por la violencia de las pasiones, y por lo tanto no es dueño de sí mismo; es pobre y está lleno de dolor, turbación, arrepentimiento, lágrimas y gemidos... El hombre tirano, el más injusto y depravado es, entonces, el más desgraciado de todos. Y de todos los hombres tiranos, el menos dichoso es el que además es tirano de un Estado; éste se ve esclavizado ya no solo por sus deseos, sino también por las funciones públicas que desempeña, junto al miedo y la inseguridad constantes que le acompañan.
El mejor Estado que hay es, por el contrario, el aristocrático o monárquico, la República. El hombre justo y bueno, dueño de sí mismo, es, por consiguiente, el más dichoso. Al aristocrático le seguirían en felicidad el timocrático, el oligárquico y el democrático, por este mismo orden.
"¿No hemos dicho que nada se alejaba más de la razón que los deseos tiránicos y amorosos? [...] ¿Y que nada se separaba menos que los deseos moderados y monárquicos? [...] Por consiguiente, el tirano será el que esté más lejos del placer verdadero y pronto del hombre, mientras que el rey se aproximará a él cuanto es posible. [...] Luego la condición del tirano será la menos dichosa, y la del rey la más dichosa que pueda imaginarse." - Libro IX, La República o El Estado.
Si comparamos la República de Platón con la República Mundial que se avecina, encontraremos notables similitudes. En la República, como en el Mundo Feliz, todo es común; hay igualdad entre sexos y, en la raza de los guerreros, no hay núcleos familiares. Se aplica también la eugenesia con el objetivo de hacer a cada ciudadano lo más apto posible para sus funciones, y existe además un control demográfico. La sociedad está igualmente dividida en clases, entre las cuales es la de los filósofos, amantes de la ciencia y la sabiduría, o dicho de otra forma, la de los tecnócratas, la encargada de dirigir el Estado. Los políticos, por ende, no están aceptados en ninguno de los dos modelos. Ambas son sociedades artificiales en las que todo ha sido científicamente planeado y en las que el rol social de cada persona es asignado racionalmente por los magistrados. Todos los miembros de la sociedad son pequeñas piezas de un gran engranaje, células de un mismo cuerpo, que debe ser valorado en su conjunto y no en alguna de sus partes. El método para organizar el caos de relaciones y hacer que el Estado sea dichoso y funcione, tanto en un modelo como en el otro, es la propaganda. La divulgación de mentiras está admitida en los dos Estados, siempre y cuando sean de utilidad para la sociedad. En el caso de la República la propaganda está basada principalmente en la educación mediante la música y la gimnasia. Pero es precisamente en este aspecto, en la propaganda, donde difiere en su mayor grado con el "Mejor de los mundos posibles". Podríamos decir que, aunque ambos modelos parten de la misma base, son totalmente opuestos respecto al sentido que se le da a ésta; que si la República es Freud, el Estado Mundial es Wilhem Reich. Aristocles utiliza la propaganda para promover en los ciudadanos lo que él considera que son los valores y objetivos a los que debe aspirar todo ser humano, empezando por él mismo. Así, utiliza la propaganda con un buen fin, que es el de elevar a las personas y liberarlas de la parte corrupta e irascible del alma, haciéndolas dueñas de sí mismas. Aboga por todo lo que haga ensalzar a la razón, en detrimento de la parte animal del hombre. Respecto a la propaganda que exacerba los impulsos irracionales de la multitud, como la que corresponde a las obras de los poetas, lógicamente la desdeña. Es concretamente este punto del modelo de la República, la veneración a la razón, el que la echaría a perder si se intentara implementar en la realidad. A pesar de que Platón conoce la naturaleza humana y las partes que la constituyen, posee una comprensión parcial de la propaganda y no tiene en su mente un concepto de ella como tal. No tiene, por ende, una idea clara de la propaganda, vista como una herramienta clave para la manipulación de las masas. Como muchos suelen hacer, cree más en ella en términos de educación. Piensa, erróneamente, que puede gobernar y organizar a una muchedumbre fomentando la razón, cuando él mismo sabe que los que disponen de ésta se encuentran en un número muy reducido. Continúa pensando así incluso, cuando tal y como él mismo expresa en algún momento, cree conveniente exacerbar dos deseos en particular, el patriotismo y el amor a los dioses, con tal de ordenar a la plebe. Pretende, paradójicamente, construir un Estado basado en la moderación, no únicamente en la de los magistrados, sino en la de todo el mundo. Algo así, tal y como dictamina la naturaleza humana, no puede funcionar. Es una limitación impuesta por la propia realidad. Hay una grave contradicción entre el modelo de Estado de Platón, que ve necesario el uso de la propaganda, y el concepto de propaganda en sí mismo, que trabaja sobre la parte irracional del alma. No cae en la cuenta de que si un Estado es justo, y por lo tanto cada uno realiza sus tareas según su naturaleza sin entrometerse en la de los demás, la razón debe recaer únicamente sobre la parte superior, y jamás sobre las inferiores. En el momento en el que se estimula a los ciudadanos para que utilicen la razón, cuando no es esa su tarea en el Estado, el orden deja de existir y la sociedad se viene abajo. Si el Estado es un símil del alma humana, no puede haber razón mezclada en los deseos. La razón debe pertenecer únicamente a los filósofos, ya sean de la clase gobernante o no, y a nadie más, para que las cosas marchen. En eso mismo se basa el concepto de justicia defendido por Aristocles. No corresponde a las masas entrometerse en el papel de los filósofos. Y en verdad, no es algo que pueda decidirse, pues es la naturaleza humana en sí misma la responsable de que esto sea así. La situación no podrá ser distinta a no ser que cambiemos nuestra naturaleza mediante el uso de la tecnología, en cuyo caso la República podría convertirse en una realidad. No sería de extrañar, por lo tanto, que si Platón hubiera tenido el camino despejado para implementar su modelo en la vida real las veces que visitó Siracusa, hubiese fracasado. Es digno de mencionar, por otro lado, su visión de la historia como un experimento; su intención de experimentar socialmente a partir de un modelo teórico preconcebido es verdaderamente avanzada para la época; no se aplicaría a gran escala hasta muchos siglos después, con la URSS, la Alemania nazi, el Japón o el Apartheid. La propaganda de hoy en día y por extensión la del futuro Estado Mundial, actúa de forma absolutamente contraria a lo que pretendía Platón en la República, a pesar de que ésta halla servido como su inspiración: se encarga de exacerbar los deseos de las personas a nivel masivo, hasta límites jamás sospechados por Aristocles, convirtiéndolas en sujetos auto-expresivos realmente fáciles de manipular. Si en la República las relaciones amorosas son como las de un padre y su hijo, en el Estado Mundial el sexo y la liberalidad son la orden del día. En el momento en que se consigue tener el control sobre los deseos de las masas, es precisamente en una sociedad poblada de tiranos cuando es más fácil gobernarlas. Obviamente una sociedad así es una sociedad de esclavos, en la que por muy dichosas que sean en ella las personas, su felicidad no es verdadera. Si Aristocles pudiera ver la sociedad actual, en cómo son la basta mayoría de personas que la constituye, se vería horrorizado sino fuera porque, tratándose de él y no de otro, no tardaría demasiado en comprender que así debe ser si se quiere que el Estado perfecto funcione. Él mismo contempla esta posibilidad en su obra, en la que decide dar una oportunidad a la poesía si ésta llegara a demostrar en algún momento tener alguna utilidad que justifique su presencia en el Estado. Resulta curioso que dicha razón, que él desconocía, a la vez que comprendía perfectamente las bases científicas en las que se sustenta, haya sido la clave para el establecimiento de la República Mundial.
"A pesar de esto, protestamos resueltamente que si la poesía imitativa, que tiene por objeto el placer, puede probarnos con buenas razones que no se la debe desechar de un Estado civilizado, nosotros la recibiremos con los brazos abiertos, porque no podemos ocultarnos a nosotros mismos la fuerza y la dureza de sus encantos; pero en ningún caso es permitido hacer traición a la verdad. En efecto; tú mismo, mi querido amigo, ¿no eres uno de los apasionados por la poesía, sobre todo si se trata de la de Homero? [...] ¿Pero si no consiguen probarnos esto, imitaremos la conducta de los enamorados, que se hacen violencia para libertarse de la pasión después que han reconocido el peligro? Efecto del amor que hemos concebido por la poesía desde la infancia, y que se nos ha inspirado en estas bellas repúblicas en que hemos recibido nuestra educación, desearíamos que nos pudiera parecer muy buena y muy amiga de la verdad, pero mientras ella no tenga razones sólidas que alegar en su defensa, la escucharemos precaviéndonos contra sus encantos por las razones que acabo de exponer, y procuraremos no volver a caer en la pasión que por ella hemos sentido en nuestra juventud, y de cuya influencia no se libra el común de los hombres. Viviremos persuadidos de que no se debe mirar esta especie de poesía como una cosa seria, ni que afecte la verdad; que todo hombre que teme por el gobierno interior de su alma debe estar en guardia contra ella, o escucharla con precaución; y, en fin, creer que todo lo que hemos dicho es verdadero." - Libro X, La República o El Estado.
Tras embarcarse con una obra como la República, uno debe volver a las pesadas tareas del día a día, y no sin un gran pesar; anhela poder volver a sentir la sensación de ensueño que se produce al tener la oportunidad de conocer las ideas escritas hace más de dos milenios por el hijo de Aristón. Una obra así no podía salir de otra persona que no fuera un discípulo de Sócrates; y de un discípulo de Aristocles solamente podía salir un personaje de la talla de Alejandro Magno, el primer gran agente de la mundialización, rey de reyes, Faraón de Egipto. ¿Con quién sino iba a sentirse identificado Ozymandias?
"Sin embargo, la verdad ha podido más, y he dicho que no era posible esperar sobre la tierra un Estado, un gobierno, y si se quiere, un hombre perfecto, a menos que una dichosa necesidad obligase a este pequeño número de filósofos, acusados, no de perversos, sino de inútiles, a encargarse, con voluntad o sin ella, del gobierno, y al Estado a escucharles; o al menos, que los dioses inspiren un amor sincero por la verdadera filosofía a los que gobiernan en nuestros días las monarquías y los demás Estados o a sus sucesores. [...] Luego, si en los siglos pasados se ha visto un verdadero filósofo en necesidad de regir el timón de un Estado, o si esto mismo se verifica en algún país bárbaro tan distante que se oculte a nuestras miradas, o si llega a verificarse algún día, estamos prontos a sostener que ha habido, que hay, o que habrá un Estado tal como el nuestro, cuando esta musa [la filosofía], ejerza en él la suprema autoridad. Nada de imposible ni de quimérico hay en nuestro proyecto; aunque somos los primeros en confesar que la ejecución es difícil." - Libro VI, La República o El Estado.
Calbert
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