martes, 10 de abril de 2012

Nuestro veneno cotidiano

"Nuestro veneno cotidiano" es el último trabajo de la historiadora Marie-Monique Robin, autora de "El mundo según Monsanto" y "Escuadrones de la muerte: la escuela francesa". En este reportaje se adentra de nuevo en el mundo de la alimentación, esta vez para denunciar las prácticas criminales de las corporaciones que están poniendo en riesgo la salud de cientos de millones de personas por todo el mundo con el uso y la incorporación cada vez mayor de sustancias químicas potencialmente peligrosas como los colorantes, los aditivos o los pesticidas, que en la mayoría de casos no han sido sometidas a suficientes estudios rigurosos. "¿Cómo las han reglamentado?¿Se les han hecho pruebas seriamente? ¿Hay relación entre estos productos químicos y ciertas enfermedades crónicas como el cáncer, las enfermedades neurodegenerativas o los problemas de esterilidad?"
Mediante el mecanismo de "puertas giratorias" que ya tratamos al hablar de Monsanto y en "Iraq en venta", los agentes de las multinacionales se han infiltrado entre los altos cargos de gobiernos como el de EE.UU y de importantes organismos como la Administración de Comida y Medicamentos (FDA), la OMS o la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, entre muchos otros. "Todo el sistema de reglamentación de los productos químicos está controlado por la industria cuya principal preocupación no es la salud de los consumidores sino la investigación para la obtención de beneficios a cualqueir precio."

El sistema de reglamentación actual se basa principalmente en el cálculo de la Dosis Diaria Admisible (DJA en el documental), un valor utilizado en toxicología para la regulación de aditivos alimentarios que más tarde se empezó a aplicar para los pesticidas. "La DDA es la cantidad de aditivos alimentarios que puede ser ingerida cotidianamente durante toda una vida y sin ningún riesgo." Esta medida se sustenta en el principio descrito en el siglo XVI por el médico Paracelso, considerado el padre de la toxicología, que dice que "cualquier cosa puede ser un veneno, es la dosis la que marca la diferencia entre un veneno y un remedio". La DDA se expresa en miligramos de producto por kilogramo de peso corporal y se calcula dividendo la Dosis Sin Efecto Adverso Observable -es decir, la dosis máxima suministrada que aparentemente no produce ningún daño a los animales con los que se experimenta- entre 100 (número establecido únicamente por convención).
Pero ahora, cada vez más, empiezan a surgir estudios que cuestionan que este principio de "la dosis hace el veneno" sea aplicable en el caso de los productos químicos utilizados en la alimentación. Importantes estudios han demostrado que estas sustancias químicas pueden interferir con el sistema endocrino (sistema que mantiene y regula el correcto funcionamiento de nuestro organismo), es decir, con las hormonas. Son los denominados perturbadores endocrinos. Y en el caso de las hormonas, las regla lineal dosis-efecto de la toxicología no funciona:
"El proceso de cálculo de la DDA está basado en falsas hipótesis que datan del siglo XVI que no toman en cuenta el hecho de que los productos químicos reaccionan como hormonas, y las hormonas no siguen las reglas de la toxicología [...] El principio de la relación dosis-efecto que es el corolario de que "la dosis hace el veneno" es completamente erróneo. Eso puede funcionar para ciertos productos tóxicos  convencionales pero no para las hormonas. Para ninguna hormona. Para algunos productos químicos y para las hormonas naturales sabemos que las "dosis débiles" pueden estimular, mientras que las dosis fuertes, inhiben. Para las hormonas, la dosis nunca hace el veneno."
Los estudios que corroboran esto demuestran que dosis espectacularmente inferiores a la DDA tienen consecuencias graves para la salud. Es el caso del bisfenol-A (BPA) -una hormona sintética utilizada como antioxidante que se encuentra en los recipientes de plástico-, el dietilestilbestrol (DES), el PCB, las dioxinas, el teflón, aditivos, pesticidas...  Más dramático todavía es que para demostrar  que los efectos cancerígenos en humanos son los mismos que los presentes en los animales de los experimentos hace falta esperar décadas hasta que las personas expuestas a estas sustancias desarrollen el cáncer (teniendo en cuenta que debe haber pruebas de que estas personas estuvieron expuestas, lo cual complica aún más las cosas). En el caso del BPA por ejemplo se calcula que hará falta esperar hasta el año 2032.
Además, hay que pensar que todos estos estudios están centrados únicamente en algunas sustancias en particular, pero no sabemos aún ni cuantos químicos de éstos estamos ingiriendo ni lo que es peor, el "efecto cocktail" que pueden tener al interaccionar entre ellos dentro de nuestro organismo.

¿Y qué hay de los estudios que realizan las propias corporaciones sobre sus productos? Los datos de sus estudios son secretos y no se publican, de manera que solo ofrecen un resumen interpretado por ellos mismos del que las agencias reglamentadoras deben fiarse. En muchas ocasiones, en estudios sobre el Tabaco por ejemplo, se ha descubierto que estaban manipulados o falsificados. Otro ejemplo es el aspartamo, un aditivo utilizado en una gran cantidad de productos cotidianos a pesar de que su seguridad ha sido altamente cuestionada por buena parte de la comunidad científica. De las 164 publicaciones serias de investigaciones hechas entorno a la seguridad  de este producto en el momento en que se aprobó su uso, las 74 que afirmaban que el producto era seguro estaban financiadas por la misma corporación que lo producía. Todas las demás investigaciones, que eran independientes, mostraban lo contrario.

Mientras tanto en Occidente los casos de cáncer se están multiplicando de forma vertiginosa estos últimos años. A todo esto le debemos sumar las consecuencias que tiene toda esta comida basura con un alto contenido en grasas saturadas y azúcares para la salud de las personas, en un planeta donde la obesidad ya se ha convertido en una catástrofe mundial.

Calbert